Ha sido uno de los proyectos que más titulares ha acaparado en las últimas semanas por quiénes están detrás de él. La última aventura con el sello del grupo SLVJ es una nueva marca premium que busca dar un salto cualitativo en lo gastronómico, olvidando la parte de show aún manteniendo un ambiente festivo con música, diseño y licencia hasta las 5 de la madrugada. Los actores Miguel Ángel Silvestre y Álex González y los futbolistas Marcos Llorente y Antoine Griezmann son la inversión y la cara visible (muy visible) de Rhudo. El chef Paco Roncero lo es en lo culinario, entre unos fogones a la vista que son "un Ferrari", desde luego, y que sorprenden al fondo de la inmensa sala.
Archidom Studio firma un interiorismo que impresiona por sus dimensiones. Lo que antes era la sede de un banco se ha transformado íntegramente en un restaurante de dos plantas abiertas, con capacidad para más de 400 comensales, asomadas a una gigantesca barra que corona un gran cubo luminoso. Es muy lo que buscábamos en Nueva York hace unos años. Minimalista en detalles decorativos, oscuro… Invita a vestirse con un buen look, a que suene la música electrónica y a que el cuerpo aguante hasta las tantas. Para conversar o tener una sobremesa cómoda y tranquila no es el lugar ni lo pretende.
La carta tiene el objetivo de ser el punto diferencial y distanciarse de la habitual en estos sitios de moda, nos cuenta Roncero sentado en la mesa. El concepto es cosmopolita (ha de serlo para el tipo de público internacional que visita y visitará el local). Base mediterránea con influencias latinas es lo que encontramos al desplegar el QR, variedad y color. Hay un buen capítulo de ostras al natural con diversos aderezos. Nosotros arrancamos con un brioche de bogavante con huevas de trucha y manzana y cuya mayonesa especiada no es suficiente para disimular su sequedad. El ceviche de corvina con piña y naranja casi parece un postre, pues esta última fruta y su jugo se come todo lo demás. Pasable el carpaccio de pulpo por su rico aliño, con berenjena, queso feta y olivas que realza unas finas rodajes bastante insípidas, por su parte.
Presumen de un steak tartar ("de wagyu") con yema de huevo al ají, tupinambo crujiente y encurtidos al que le falta terneza y le sobra potencia. Amantes de carnes más suaves y frescas, abstenerse. Buena la lubina con salsa de coco y lima, parte de un capítulo de pescados que se nos queda tan corto como el de carnes, con apenas tres-cuatro referencias en cada uno. De postre, un tres leches de coco, merengue y nube de limón al que, como a muchos de los platos en general, le sobran elementos, toppings que no aportan a un sabor que se extingue.
Vistosa coctelería y una bodega que rondará las 500 referencias, con joyas de varios ceros, acompañan en lo líquido. Uno se levanta de la cena con ganas de quedarse de marcha, desde luego, y el sitio merece conocerse. Lo gastronómico, de momento, no es ese reclamo que anuncian y que ojalá consigan. Instalaciones, ingredientes y nombres tienen para ello.