Aquellos recreos infantiles eran divertidos y gozosos. Pero no menos que éste, el que han proyectado Pablo Montero y Alejandro Díaz-Guerra, dos nombres con experiencia en cocinas de primer nivel (estrella Michelin en Abadía Retuerta incluida en su CV), que este verano se lanzaron a abrir un negocio propio (y personal), a volar con la misma libertad que un escolar al salir al patio.
Y en esa libertad, acotada -como las vallas que rodean el colegio- por un recetario tradicional, se sustenta su fresca y lustrosa propuesta. Basta ver los entrantes (gildas, tigres…) para hacerse una idea de la dirección de la casa. Todo suena familiar y delicioso, todo remite a ‘confort food’ (arroz meloso, migas, pluma ibérica, jarrete, tabla de quesos). Pero, tras pasar por sus manos, llega el apunte, el guiño, la nota que realza el guiso. Manejan sus platos con la paleta de colores de aquella legendaria caja de pinturas, la grande. Y en esos colores entra el curry y el kimchi, el hinojo y la hoja de shiso. Muchas latitudes y texturas, siempre bien dispuestas y ejecutadas, confluyendo en unas mismas coordenadas. Las del sabor y el deleite llano. La del compromiso con una buena mesa que por supuesto, a estas alturas, no importa que tenga o no mantel para que lo sea. Desde una base tabernaria sencilla sugieren nuevos caminos (contemporáneos) en una trayectoria que promete grandes alegrías cada temporada.
Aquí, igual que en el recreo, cuantos más amigos participen del juego, mejor. La animación/satisfacción crece. De hecho, superados ya los primeros bocados individuales (bollito de gamba, brocheta de brócoli…), lo que han dispuesto como platos mayores gana enteros si se comparte. Y si te pones, en una quedada íntima (media docena de comensales) puedes probar prácticamente toda la carta, breve y cargada de aciertos, de detalles. Corta es también su bodega pero cuenta con apuestas interesantes.
Ellos mismos acercan su trabajo a la mesa, presentan cada plato. La camaradería con el cliente es parte de su sello identitario, de su filosofía. El comedor es lo suficientemente reducido para resultar acogedor y lo suficientemente amplio para organizar la cena prenavideña con los amigos. Uno de los pequeños grandes hits del otoño para todos los bolsillos. No diremos que dará que hablar porque ya da de comer. Y eso, cuando se hace con semejante cuidado (desde el aperitivo de encurtidos caseros a los postres), basta.