El yucateco Pedro Evia, gran embajador de la gastronomía mexicana, ha desembarcado con un gran ahumador pero espera que llegue otro, hecho a medida en un país de Europa del este, que disponga de una bandeja extra para meter tierra además de las brasas candentes y con eso poder ser lo más fiel posible a esas recetas ancestrales que se terminan bajo tierra. Porque así de pura y personal se presenta su cocina.
Tanto, que incluso arranca la experiencia con un bocado prehispánico, el único que ha llegado a nuestros días (no ha quedado nada por escrito), a modo de aperitivo. De sus cazuelas sale un sensacional potaje de lentejas de herencia materna y de su bodega los mezcales más artesanales que encuentra en sus viajes y que se trae en la maleta (porque no hay forma de poder disfrutarlos aquí; se trata de producciones pequeñas). Ah, la carta de cócteles está diseñado por Roberto Carvente, chef de Ku'uk, el restaurante más prestigioso que Evia tiene al otro lado del Atlántico.
Y, por supuesto, sirve la cochinita pibil más suculenta que hayáis probado nunca (como ración o en bocadillo, nunca en taco) y la versión más gastronómica de una marquesita, un postre típico (elaborado con queso Edam holandés) que nació en los parques de su Mérida natal y que luego se ha popularizado por medio país en versiones nada canónicas.