El último proyecto del grupo Carbón y Grupo Larrumba es, dicen ellos mismos, el más ambicioso. Marieta, Perrachica, Carbón, Habanera, Fanático… Su lista de éxitos en la capital es imbatible y suma ahora este otro "place to be", más al estilo del último en cuanto a la mezcla de gastronomía y show, pero para un público más maduro en pleno corazón financiero de Madrid. Pabblo es pionero, junto con el Circolo Popolare del grupo Big Mamma, en rehabilitar en lo culinario los alrededores de la torre Picasso, que promete convertirse en el nuevo "hub foodie" capitalino. A él, a Picasso, homenajea el nombre de este restaurante, que hasta cuenta con una curiosísima entrada clandestina a través de una aparente tienda de pinturas. Por lo demás, nada se esconde aquí, en un espacio de dos mil metros cuadrados en dos alturas decoradas por el estudio Hurlé & Martín.
Es muy bonito en su estilo neoyorquino con toques afrancesados, a caballo entre el romanticismo y los años 70. La factura visual y de iluminación es impecable, no tanto la acústica, pues cuesta hablar incluso a mediodía aunque no haya espectáculo. Las grandes dimensiones no son fáciles y, en los primeros días, ya está abarrotado de grandes grupos corporativos y de amigos que acuden buscando ambiente y una cocina que no defrauda, a pesar de tratarse del enésimo sitio de moda.
Sorprende su excelente menú diario (24 euros), muy pensado para el área en la que se encuentra. Seis primeros y seis segundos a elegir lo componen, muchos presentes en la apetecible carta general. Apetecible, sí, en una palabra. Todo entra por los ojos porque la mayoría son platos de esos que despiertan nostalgia, como un fundente croque monsieur, aunque le falte crujiente, una divertida ensaladilla tipo cóctel de marisco, un riquísimo ratatouille de verduras a la leña, unos macarrones con chorizo picante de León para repetir y buenos pescados y carnes. Desde el tradicional escalope Wiener Schnitzel a un lenguado meuniére más que decente con una entretenida guarnición de pasta spatzle con queso y nata. En el capítulo de postres no hay que perderse, precisamente porque se sale del sota, caballo y rey de los dulces, un mantecoso helado de vainilla bourbon que se presenta en una bandeja con toppings a elegir entre salsa de chocolate, frambuesas, avellanas tostadas o barquillo crujiente.
La coctelería de Carlos Moreno acompaña y agitará las sobremesas porque siempre es creativo, colorista y acertado a la hora de versionar tragos. Cada noche, una banda de hasta siete músicos, acrobacias e ilusionismo aderezan la velada, el núcleo del restaurante se termina transformando en una pista de baile hasta pasadas las 2 de la madrugada durante los fines de semana. Terraza en la entrada, en la azotea y en la parte de abajo culminarán el local para disfrutarse al fresco. Volveríamos.