La llegada a Madrid, en formato franquicia, de la exitosísima parrilla argentina de Gaston Riveira no deja indiferente. Desde una pequeña esquina en el Palermo bonaerense, su buen hacer se ha extendido a una veintena de locales por toda Latinoamérica y hasta en Filipinas. El desembarco europeo ha tenido lugar a lo grande en España, en Málaga, Barcelona y en la capital, y es una dirección muy a tener en cuenta para amantes de las brasas al estilo argentino.
Aquí no hay juegos con maduraciones excesivas. Apenas 30 días en seco tiene una de las piezas que pende a la vista del comensal, casi con el único objetivo de satisfacer la tendencia patria. La frescura prevalece en alrededor de diez cortes de carne con la Aberdeen Angus como
protagonista. Es impepinable el ojo de bife (lomo alto) con su ceja, de una jugosidad extrema si se pide en el punto de cocción exacto. Para ello, hay que dejarse guiar por el preparado personal de sala y su escala. Esto es, apostar por lo poco hecho, algo que sí que no es habitual en asadores latinos, que gustan de un cocinado excesivo.
La entraña presenta un sabor inédito gracias a una infiltración perfecta. Dice Jose Luis Ansoleaga, chileno, director del restaurante y responsable de haber traído La Cabrera a la villa y corte, que los proveedores son fantásticos y que encuentra aún mejor carne aquí que en su país. Damos fe, además, de ese punto de brasa fuerte que es símbolo de esta casa y que resulta en piezas con un sellado sobresaliente y un interior que se deshace en la boca.
Si conoces algún otro Cabrera verás que las cartas son idénticas. Cambian dichos proveedores y se incluyen algunos guiños a la cultura local, en este caso algunos apartados ibéricos en el menú, algún pisto en la guarnición… Todas excelentes, por cierto, porque ¡qué patatas fritas! Fantásticas las que se piden y las que no. Algo que caracteriza a La Cabrera son sus lupitas, acompañamientos sorpresa que el restaurante ofrece con los principales. Ocurre igual en los aperitivos y hasta en los postres, y es que otro signo inconfundible son los chupa chups que aparecen con la cuenta si aún has dejado hueco tras el flan casero o el inamovible panqueque con dulce de leche.
Numerosos detalles aparte, no hay que irse sin probar sus delicadas y sabrosas empanadas de carne ni sin descorchar alguna del centenar de referencias de clásicos vinos argentinos, con esa reina que es la malbec. Terraza, reservado y salones amplios, en dos plantas, en lo que era el icónico esquinazo de Il Salotto y después Marconi, conforman un escenario sin algarabías pero que apetece por ello. Por probar su milanesa de bife, volveríamos sin duda.