Los responsables de Nakeima, una de nuestras barras (no japonesas) favoritas de la ciudad, amplían el negocio después de más de 15 años de éxito en Chamberí. Son el Víctor Erice de la restauración madrileña. Artistas que se prodigan poco pero que tienden a dar en el clavo. El nuevo local también cuenta con una barra (para unos 8 comensales) abierta a la cocina. Y como aquel, esta dirección tampoco admite reservas. Eso sí, es más fácil comer aquí porque el horario es ininterrumpido. Habrá mucha rotación pero no faltará tampoco alguna que otra espera a la puerta los fines de semana dada su estratégica ubicación a un paso de Gran Vía, en la orilla de Chueca. Aunque en las mesas caben algo más de una treintena de personas (3 mesas altas grandes y media docena de mesas bajas para dos), id, si podéis, entresemana.
El bao es la piedra angular de esta nueva propuesta de Fernando Moreno y Gonzalo García para una cocina donde se mueven incesantemente (el hilo musical es protagonista y tampoco decae) cinco o seis personas. Las decenas de vaporeras suben y bajan, salen y entran en el agua hirviendo mientras se eleva una llama donde saltean el chop suey. Este baile acompasado viene de serie en la casa como esa muestra de afilados cuchillos que decora una de las paredes (su propio trono de hierro).
La carta se presenta en poco más de una cuartilla. Pum. 12 platos, ni más ni menos, que si vas con ganas y la pareja perfecta para estas veladas acabas pidiendo todo. Para acompañar (por botellas), dos referencias de Champagne, sidra, un cremant de Jura y cerveza y caviar (en dos tamaños la lata). Ambos "sides" (bodega y huevas) irán cambiando con el tiempo. Así que puedes venir a pasarlo bien o muy muy bien.
Siumai de panceta, black bao (calamar), bao de carnitas (uno de los últimas novedades cuando fuimos; evidencia de que las recetas/los rellenos irán cambiando y puliéndose), bao veggie... y hasta una versión dulce (de yema) que no hay que perderse, con la que hay que pringarse pero no quemarse. Bocados para comer con las manos, para chuparse los dedos. Masas esponjosas, ligeras con un interior genereroso y coronadas con alguna salsa homemade y ese punto fresco y herbáceo para equilibrar.
Pero hay más. Adiós vapor. Hola fritura. Unos torreznos Pekín que tienen que estar (y están) en todas las comandas. Finísimos, con una salsa hoisin de cerezas para mojar una y otra vez y unos brotes con encurtidos para sumar un certero toque de acidez al plato. Pero cada uno los come como quiere. Alguno a paladas. Al top de Madrid directos. Y para rematar preparan su propio katsu sando empanando contramuslos de pollo, cocinados a baja temperatura. Kale, zanahoria y una salsa de pimienta de Sichuán completan la versión de este clásico nipón. Te vas con ganas de traer a gente. Y eso siempre es una buena señal. Un pim pam pum de libro. Sencillo, ágil y disfrutón para el cliente.