Llevan un año, y su ideario (un detallado control y exploración de toda la cadena del mar a la mesa) era firme y manifiesto desde su apertura, pero es ahora cuando los clientes interesados disfrutarán de una mayor interacción. La barra, que acaba de sumarse a sus dos espacios (uno junto a los ventanales, otro en la intimidad del piso inferior), propicia una fiesta a la altura del comensal, convoca bocados y despieces exclusivos y alimenta a los ávidos de cualquier porqué. Alfonso tiene (casi) todas las respuestas alrededor del pescado que entra por la puerta del restaurante. “Lo que hicimos con los besugos lo hacemos ahora con el sanmartiño. Cocinamos a partir del estudio de su tamaño, procedencia, sistema de sacrificio... Hacemos muchas pruebas para lograr el sabor óptimo de ciertas especies. Tenemos una carta sencilla pero con una gran complejidad oculta por todo ese proceso previo de selección”. Y la parrilla, que no enmascara nada, al final dicta sentencia. “Intentamos hilar muy fino pero me basta con que digan que el salmonete estaba maravilloso o que tenía algo que no habían probado antes”.