Ya no en cada barrio, que quizás lo haya, sino en el radio de acción de cada parada de metro. Ahí, en ese puñado de manzanas tendría que haber un restaurantito como el que hoy traemos aquí. Uno sin apenas presupuesto para el interiorismo (es cada vez más difícil cruzarse con una decoración humilde ante tanto interiorismo deslumbrante, “instagramero”; a veces se justifica y/o se apoya en una cocina de nivel y a veces es pura fachada) pero con una más que suculenta propuesta donde toca: el plato. No es el sitio guay para tener una segunda cita pero a todo el que le guste un buen guiso, cualquier guiso que rime con hogar, aquí disfrutará de lo lindo.
Nos sentamos en barra y nos entregamos a los últimos coletazos de la carta invernal. Ojo, que parece que ya ha empezado a correrse la voz entre los vecinos (y foodies), porque los fines de semana conviene reservar. Tras la barra, una pared de pizarra con un inesperado y atractivo anuncio (hay desayunos; sumad otra razón para acercarse) y las credenciales de su bodega. Breve pero no canónica. Etiquetas convincentes, algún jerez, varios vermuts y una selección de cervezas La Virgen. Acorde al espacio. Suficiente para la carta y el ambiente popular, desenfadado y sin grandes pretensiones que gastan.
Están lejos de la onda expansiva del bombazo gastro conocido como Ponzaning pero la fiebre hostelera de Chamberí sigue sumando nuevos y atractivos locales unas escasas coordenadas más al norte. Este es un proyecto pequeño (igual que las dimensiones de su cocina; muchos platos se terminan detrás de la barra lo que da para acuñar un nuevo concepto: cocina de barrio a la vista), con dos jóvenes cocineros al frente –David Gutiérrez y Miguel Ángel López-, cuya carrera despega aquí. Han pasado por otras interesantes cocinas de la capital pero aquí es donde ellos mismos ponen a prueba lo aprendido y SE ponen a prueba (sándwich de codorniz con sardina marinada o su propio foie micuit). En su cocina vimos tradición pero también notas de fusión desprejuiciada (albóndigas de ternera estilo mexicano), encontramos respeto por la materia prima, que sale tan bien ejecutada como ese secreto ibérico o el steak tartar. Brindan un fuera de carta que no se puede obviar: los chipirones y el curry de carrillera de aquel almuerzo estaban deliciosos; espléndidos fondos, sabores con personalidad y de impecable factura. Cuenta con un pan de calidad, que invita a mojar hasta sacarle brillo a tal o cual cazuelita. Y… hablan muy bien de sus arroces (pendientes para la próxima visita).
El negocio es suyo y se nota (detalles de trato, selección de producto, esmero). Por supuesto, hay tanto entusiasmo y trabajo detrás como margen de progresión pero su cocina evidencia muchas más virtudes que deslices. Y, aún hay más, y esto es lo mejor. Cada plato se sirve también en medias raciones. Así que te ponen en bandeja la posibilidad (muy recomendable) de armarte y compartir un extenso menú tan heterogéneo como disfrutón. No podéis tacharlo de la lista si os vais sin probar el postre. La panna cotta al amontillado que probamos era para aplaudir. Pocos metros cuadrados, mucho futuro y un presente ineludible.