Nuestro favorito. Gozo máximo. Aquí se viene a comer setas y a dejarse llevar por las sugerencias de Eduardo Antón, que con la necesaria colaboración de Pablo (sus manos en los fogones), ha reabierto este local que más que un restaurante (acogedor, de líneas sencillas y cocina a la vista) parece la Academia de Platón por todo lo que alguien interesado aprende allí, por lo que se educa el paladar. Él se sienta en tu mesa, saca un papelito con una lista de media docena larga de platos y te sugiere un camino. La liturgia es rápida y la pasión de su responsable, tan desbordante como contagiosa. Acabas embriagado, satisfecho y con una reserva cerrada para el mes siguiente. De la excelencia del producto ni hablamos.
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