Aquel querido pero malogrado Don Lay a un paso del puente de Segovia, ese comedor interminable de mesas con bandeja giratoria, reaparece, a los mandos de su gran valedora, Nieves Ye, convertido en un cisne. El mismo cisne que, magistralmente hojaldrado y servido a los postres, ejemplifica su vibrante, refinada y suculenta cocina cantonesa (con alguna mirada a Sichuan, que siempre encuentra uno entregados amantes del picante). Salvo los baños, inundados de farolillos y música tradicional, apenas hay iconografía oriental en su epatante interiorismo, gobernado por una extraordinaria cocina vista y un suelo enmoquetado. En el año del cerdo, vuelve el cochinillo laqueado (por encargo y para juntar a varios amigos), aunque el trono lo sigue ostentando su glorioso pato. A esa piel crujiente que salta las lágrimas, suman un último trance en sala y un caldo posterior que parece un hechizo. Una mesa colmada de dim sums, berenjenas en salsa y arroz blanco con char siu dibuja la silueta de una velada auténticamente china. Un festín que requiere de buena y nutrida compañía. Para experiencias más ligeras pero igualmente seductoras, apostaos en la barra. No faltan los cócteles de autor y se juega una estimulante partida entre xialongbaos, hakaos y canelones al vapor.
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