En el naufragio foodie que es Gran Vía, hay una isla que merece la pena. Pero esa isla, como en todos los restaurantes chinos (ya sean esos a los que acude la comunidad china o aquellos del rollito grasiento y el cartón piedra), también esconde un laberinto. Es fácil perderse en una carta que incluye decenas y decenas de platos. Vamos páginas arriba y abajo, de las verduras al pescado, de las fotos al nivel de picante, de las sugerencias del chef a sus especialidades (que no es lo mismo)… Y vuelta. Hasta perder el rumbo. Excluidos los más avezados, el resto escuchad los cantos de sirena del menú en una primera visita.
Con ese escaparate nos quedamos. No es fácil firmar un cheque en blanco a un restaurante (chino) pero este es un sitio más que fiable (más conociendo que detrás están los propietarios de El Bund) para aventurarse en la cocina sichuanesa/shanghainesa y la degustación que proponen, sea para dos o seis, resulta un recorrido cargado de atractivos, sorpresas y, en su mayor parte, para todos los estómagos. Saldrás tan saciado como satisfecho. Eso sí, con esta elección queda excluido uno de sus platos destacados, el huo guo, esa olla con caldo caliente, salsas e ingredientes al gusto. Pero merece el status de plato central de la velada. Es un segundo para todos. Así que vosotros veréis.
Kaofu con setas, rollitos de panceta con verduras, dimsun caseros, cerdo imperial (acabado en la mesa frente al comensal), tofu de seda con marisco… Los sabores intensos se combinan con las elaboraciones más perfumadas, suculentos entrantes fríos, presentaciones minuciosas, texturas inéditas, amplio abanico de emplatados… Un viaje gozoso, que premia el atrevimiento, a quienes busquen en los caminos menos trillados. Manejan una materia prima fresca y apreciable con sensibilidad y con rigurosa atención. Aquí no hay “un corta y pega”, cada plato tiene una personalidad única, propia, bien marcada. Un servicio acorde a sus aspiraciones, más “elegantes” que la media, y una bien ajustada relación calidad-precio hacen que la experiencia merezca mayor clientela occidental.
En Madrid cada vez hay más rincones para acercarse a lo más interesante de la gastronomía china, a creaciones menos habituales, pero este oasis en el centro de la ciudad es de lo más recomendable. Auténtico.
Sugerencia: No vayáis apurados con la hora de cierre de cocina (16h.). Puede llegar el momento de escoger el postre y que el cocinero ya no esté. Las posibilidades se reducen a café o helado. Pasa (aunque no debería). Pero sonríes. Tampoco te hubiera entrado, aunque te apetecía, la tempura del helado de vainilla.