Grupo Isabella’s, la empresa que arrancó Isabella Heseltine en Barcelona encumbrando sus ya casi innumerables negocios como indiscutibles restaurantes de moda, llegó a Madrid por fin con este, Casa Isabella. No podía elegir mejor zona que Jorge Juan, concretamente el encantador callejón de Puigcerdá, en el espacio que dejó vacío el restaurante Cinco Jotas. Su propuesta, como en todos, no es complicada en demasía: “cocina italiana de mercado con toques mediterráneos en un ambiente que te hará sentir como en casa”.
Esto último, desde luego, lo consigue: Casa Isabella es una casa, literalmente, la casa italiana de la "mamma" en la que uno querría vivir si volviéramos a los 80. En este primer retoño capitalino de la compañía, muy recomendable, se cuida la decoración casi al mismo nivel que la cocina, igual que ocurre en todos los que mantiene en la Ciudad Condal. Con mayor o menor fortuna culinaria allí, aquí ha dado bastante en el clavo, todo sea dicho.
En la siempre romántica callecita del barrio de Salamanca se abre así, tras una coqueta terraza disponible todo el año, una puerta a una atmósfera cálida y amorosa a lo largo de tres plantas entre las que se pasa por el salón con chimenea, la cocina y comedor o hasta las habitaciones, con sus camas con dosel. En todos estos espacios desfilan las recetas que salen de sus fogones, todas de corte clásico, con muy buen producto patrio y del país transalpino y eso se nota. Su caponata siciliana o su carbonara, servida en rueda de pecorino, es de hecho un escándalo. Las croquetas de rabo de toro y pecorino trufado ejemplifican mejor la unión de una y otra orilla de nuestro mar y no quedan fuera opciones más globales, desde el solomillo Café de París a la hamburguesa de wagyu. No hay pizzas pero las pastas alcanzan una docena a la que sigue un amplio capítulo de tentadores postres para todos los públicos, como todo en Casa Isabella, desde las crepes de Nutella al tiramisú.
Ni es el italiano purista, ni el mejor italiano de Madrid, ni queda grabado de una forma permanente en el recuerdo pero tampoco lo pretende, ni falta que hace. Es una alternativa más que notable para una velada agradable, sin complicaciones, con platos muy conseguidos y sin dejarse un riñón.