Nada más entrar lo primero que ves es la figura de Gintas Arlauskas (ex Sudestada). Como para no verle. Complexión de jugador lituano de basket afanado en la preparación de un cóctel. La cosa pinta bien y aún no te han acomodado en el hueco que queda en una larga y animada barra. Animada a ambos lados. Unos charlando y moviendo el bigote, otros abriendo y cerrando el Josper, picando carne a cuchillo, emplatando el pescado… Todos respaldados bajo el mismo hilo musical celebrando la profunda despensa gallega. Al fondo del local hay algunas mesas bajas y por el camino varias mesas altas para dos. El reservado (sólo para grupos y previa reserva) se oculta tras la pared de la barra.
¿Primera vez en Arallo? Te lo preguntan en el prólogo, al segundo de sentarte. Primera. Te explican su filosofía, sus líneas de trabajo, te adelantan las sugerencias del día y te dejan la carta de lo que ellos llaman cocina contaminada. Si te hicieran la misma pregunta mientras recogen el último plato, la respuesta sería otra. Primera de muchas, dirías. La cara más informal y desprejuiciada del grupo Amicalia (Alabaster+Ánima en Madrid), comandado por el joven chef Iván Domínguez (“oh, capitán, mi capitán”), será un rincón muy elogiado y solicitado este otoño. El tiempo dirá si habrá (o no) que coger turno para comer, como en el mismo espacio en A Coruña.
La carta líquida aúna cócteles (no es mala idea arrancar con un negriño con base de vermú), cervezas (de La Virgen a Estrella Galicia) y una decena de uvas (treixadura, garnacha, mencía…) tanto en copa como en botella. Estás frente a una veintena de platos; todos resultan apetecibles, muchos despiertan curiosidad. Galicia reinventada. Eliges con los primeros tragos. Elegir es descartar. Dejamos fuera el tuétano, que iluminará la cara de cualquier carnívoro, pero preferimos surcar el mar que tirar pal monte. Cinco secciones para tentarnos. Frío, Fritura, Vapor, Brasa y Sartén. Y la merluza que nos han ofrecido para repartirla en tacos con su salsa de guacamole-wasabi y un bol de cilantro y la cebolla para aderezar al gusto. Cantos de sirena en los que caímos. E hicimos bien. Muy bien.
Abrimos con el salpicón de peixe curado (corvina esta vez). Lo visten con una adictiva vinagreta de piparras y lo animan con chile y cebollino. La ración es la esperada pero se nos hizo corta. Que nos encantó, vaya. Lo siguiente no fue un mar y montaña. Fue mar y granja. Arriesgado sonaba eso de gyozas de pato con navajas y endibias. Pero quien no arriesga no gana. Otro punto para ellos. Mientras tanto, los vecinos hacían que salivaros ilusionados. La croqueta nigiri nos hizo firmar que volveríamos. Y el curry verde cocochas fue la promesa de un cierre extraordinario, un añadido de última hora a la comanda, que no consumamos al final porque, entonces, llegaron los mejillones con mojo verde. Ración tamaño XL. Encomiable materia prima, gustoso caldo, que no llamaba a hacer barquitos (pan gallego a la altura, claro) sino a sacar la Armada invencible. Qué buen ánimo te deja en el cuerpo esta taberna.
Lo dicho. La cosa pintaba bien. Y no sólo se cumplieron las expectativas sino que nos fuimos con nuevo trago favorito. Apunten: No sour. Hay desenfado pero también servicio atento. Practican una alegre fusión pero nunca exenta de criterio. Pero, eso sí, al contrario que las meigas, postres haberlos no haylos. Ni hacen reservas.