Durante los últimos años hemos visto cómo los vecinos de barrios como Malasaña o Chueca eran desplazados por nuevos inquilinos, jóvenes deseosos de vivir en la zona de moda. Las tabernas de toda la vida han sido sustituidas por ‘gastrobares’, o pero, reformadas para parecer tabernas tradicionales pero con mini hamburguesas y tartares en su carta. Los mercados se han convertido en “modernos espacios gastronómicos” para salir de cañas o pagar el salmón a precio de oro. Es la gentrificación, un proceso que parece imparable y que acabará afectando a todos los barrios de Madrid. Hablamos con el sociólogo Daniel Sorando y el arquitecto Álvaro Ardura de ‘First we take Manhattan. Se vende ciudad’ sobre el origen, el presente y el futuro de este fenómeno. Y también de cómo intentar pararlo.
¿Cómo definiríais la gentrificación en una frase?
Es el proceso de cambio de población en un barrio que estaba estigmatizado -por una serie de razones que analizamos en el libro- y que se convierte en una zona deseable para las clases medias-altas dando lugar fundamentalmente a un proceso de sustitución.
¿Eso es lo que se denomina también como “destrucción creativa”?
Bueno, no es un término nuestro, pero se usa mucho para explicar este proceso basándose en la máxima de que para crear algo primero hay que destruir, sobre todo en las ciudades, lo cual es cierto en alguna medida, pero esa excusa se exagera y hay más destrucción que creación.
¿Y de verdad es tan negativo este proceso? ¿No hay nada positivo que destacar de la gentrificación?
Aquí pasa algo muy sorprendente y es que tanto en la fase destructiva como en la constructiva suelen sufrir siempre las mismas personas, los mismos grupos sociales. Primero, se destrozan las soluciones de vida en un barrio para producir esa diferencia entre el valor que tiene en un momento de devaluación máximo y el valor que podría alcanzar, para poder comprar barato y vender caro una vez que se completa la fase creativa. Pero si la fase destructiva la sufren esas personas que se quedan en el barrio porque quieren o porque no se pueden permitir ir a otra parte, la fase creativa de mejora del barrio no la disfrutan ellos, sino los nuevos inquilinos atraídos por la rehabilitación del barrio. Son los efectos de desplazamiento que provoca esta segunda fase.
A mí me decía un amigo el otro día que a su barrio le vendría bien un poco de gentrificación, un bar que no huela a fritanga, una librería mona… eso nos gusta a todos. El problema es cómo llevar la parte buena de este proceso, cómo traer esos nuevos valores sin empujar a la población original de esa zona fuera del barrio.
Es decir, mejorar un barrio sin obligar a la gente que lleva toda la vida viviendo allí a marcharse a otra zona porque todo se encarece.
Eso es. En algunos barrios hay ciertos vacíos, que pueden haber sido provocados eso sí, a los que llegan vecinos con un cierto nivel académico y cultural sin necesidad de echar a nadie, porque no había nadie viviendo allí, y aportan determinadas habilidades y conocimientos que pueden mejorar la vida de la gente, como por ejemplo tener cerca a un abogado que pueda aconsejarles. Así sí puede considerarse algo positivo.
De todas formas esta suma positiva solo pude funcionar si a la llegada de estas personas, que inevitablemente revaloriza un barrio, se ponen en marchas medidas de protección para las personas que vive allí con un mínimo poder adquisitivo que eso puede venir de la regulación pública, con viviendas fuera del mercado por ejemplo, aunque muchas veces las propias instituciones públicas han sido cómplices, por activa o por pasiva, de este proceso.
¿Y se puede frenar este proceso?
La verdad es que es muy difícil de frenar, no solo aquí sino a nivel global. En Londres por ejemplo es un proceso que se ha extendido de forma brutal por toda la ciudad. Hace poco leíamos un artículo que decía que era más barato vivir en Barcelona y volar cada día a trabajar en la City que alquilar un piso allí. Con esto queremos decir que en realidad las fuerzas que influyen en la gentrificación son muy poderosas, como por ejemplo fondos de inversión que ni siquiera están en la propia ciudad, Madrid, Barcelona, etc. Por eso las fuerzas de resistencia tienen que ser muy importantes. La organización vecinal es fundamental para vigilar y controlar lo que hacen las administraciones públicas sobre todo. Pero claro también hace falta que esas instituciones aporten los recursos que no tienen los vecinos. “La ley puede ser la única protección de quienes no disponen nada más” o eso dicen.
Hablando de resistencia, ¿qué ha diferenciado el proceso de gentrificación de Malasaña o Chueca del de Lavapiés?
Hay varios motivos. Chueca y Malasaña tenían mejor parque edificado que Lavapiés, donde hay más corralas que otra cosa y hacer atractivo ese edificio costaría mucho más dinero que un palacete en alguno de los otros barrios, por ejemplo. Además, hay redes de resistencia vecinal muchas veces lideradas por los propios inmigrantes del barrio, que son un elemento clave para que la población no se desentienda del lugar en el que vive, que no se rindan y no se plieguen a las necesidades de otros factores, como el turismo.
Pero es cierto que esos nuevos jóvenes emprendedores que se mudan a las corralas o a un piso reformado en Malasaña invierten a veces en nuevos comercios en el barrio, cafés de estilo vintage y similares.
Sí, pero el efecto perverso de la gentrificación o “regeneración urbana” como se llama a veces, es cuando medimos el éxito de un barrio en términos espaciales, no sociales. Es decir, tú pones un nuevo comercio sin pensar en que ha mejorado el barrio, sí, pero porque las personas que vivían allí ya no están. La pobreza no ha desaparecido, sino que se ha desplazado a otro lugar -probablemente a la periferia- donde no molestan a los nuevos vecinos y turistas.
Como por ejemplo a San Cristóbal, que también lo mencionáis en el libro.
San Cristóbal es un caso extremo. Llegó a tener más inmigración que Lavapiés, casi un 50%, y siempre ha sido una zona de clase trabajadora muy humilde. Aquí es donde política espacial y social podrían funcionar juntas, si la apertura de un nuevo comercio consigue luchar contra esa estigmatización del barrio. Aquí sí vendría bien un poco de esa gentrificación y que se mudaran personas de mayor nivel adquisitivo. Aunque la clave es siempre el efecto que provocas en la población que vive allí, que mejoras las condiciones de vida del barrio sin provocar un éxodo.
¿Y cuál es el papel de la administración pública en todo esto?
En un contexto en el que el mercado comienza a ser la ley, el papel de las administraciones públicas es proveer nichos de mercado al sector privado, y también pasa en la ciudad. ¿Y dónde están estos nichos de mercado? En el centro, fundamentalmente, y otros lugares de la periferia que se considera que pueden convertirse en los nuevos Brooklyn del mundo.
¿Cómo por ejemplo?
Como Puerta del Ángel. De hecho, hace unos años hubo una campaña así, que denominaba a este barrio como el ‘Bruclin’ de Madrid. O también toda la zona que rodea a Madrid Río, que por cierto fue una operación brutal de inversión pública, que nos ha endeudado por varias generaciones a los madrileños y que ha transformado toda la ribera sur. Y nadie critica que ha sido beneficioso para la ciudad, pero sí que fue la gestión y contratación de las obras, un negocio para los amigos de Gallardón. Por ejemplo, ¿antes se planteaba la posibilidad de construir un centro comercial en Antonio López? Seguro que no. Igual está bien, aunque puede acabar con el comercio de proximidad del barrio, pero esos espacios han sufrido una revalorización enorme de la que la ciudadanía saca muy poco rédito en comparación con la gran inversión que ha habido.
¿Pero por qué sucede este cambio en Puerta del Ángel y no en otros barrios más cercanos al centro como Chamberí?
No se puede sustituir a la gente trabajadora si no viven allí. En Chamberí hay zonas donde es verdad que pueden vivir más trabajadores, pero lugares como Almagro son de clases media-altas. Es como la división que vive Madrid, noroeste rico, sureste pobre. La gentrificación no llegará a las zonas más acomodadas nunca, o es muy improbable que suceda.
Vosotros afirmáis que el proceso de gentrificación acaba matando a la “gallina de los huevos de oro”. ¿Qué quiere decir?
Con esto queremos decir que al estandarizar estos procesos todos los barrios acaban siendo muy alternativos y muy especiales, pero todos de la misma manera, acaban siendo prácticamente iguales incluso entre ciudades diferentes. Se da esta contradicción, que puede acabar quitándole el encanto a los barrios. Por ejemplo, en Lavapiés se temía que terminara vaciándose precisamente por culpa del turismo, que fuera muy molesto. Y si ese lugar deja de ser un nicho de mercado y ya no interesa, el mercado se traslada a otro barrio: volverán a espantar a las personas que vivan allí, volverán a destrozarlo y así una y otra vez. Es como un modelo de olas.
¿Y este proceso acaba también con la cultura alternativa para instalar la considerada como ‘mainstream’?
En realidad, solo hace falta mirar a Malasaña para darse cuenta. Aunque haya tiendas más pequeñas y auténticas, en plena calle Fuencarral están instaladas casi todas las franquicias de las grandes marcas de moda, cosméticos, bisutería, etc.
Pero eso no pasa en Lavapiés por ejemplo.
Aquí ha surgido un eje artístico paralelo, como galerías de arte o incluso el Teatro del Barrio, habría que ver hasta cuándo resisten.
¿Cómo os imagináis estos barrios dentro de 10 años?
Malasaña y Chueca seguramente estarán muy elitizados, consolidados como barrios de élite, tal vez con una diferencia entre ellos. Seguirá habiendo, quizá no artistas alternativos, pero sí personas vinculadas a la universidad o profesiones creativas como publicidad o diseño, que mantendrá ese combate de la distinción con gente que vive por ejemplo en La Moraleja o el Barrio de Salamanca. Una búsqueda constante de la autenticidad. Aunque es verdad que aunque Malasaña va más en la línea del Marais de París, Chueca está más tematizado y podría dejar de ser el barrio gay. De hecho, cada vez más gays se están mudando a Lavapiés, aunque turísticamente siempre será atractivo por su ubicación y calidad de las viviendas.
¿Y Lavapiés?
Dependerá del ciclo económico. Comercialmente hablando, o los inmigrantes se quedan o aquello se va a convertir en un parque temático de lo progre. Residencialmente, el peligro son los apartamentos turísticos, aunque es verdad que si hubiera sido fácil ya se hubiera gentrificado hace tiempo. De hecho, en el plan urbanístico del 77 había una operación similar a la Rambla del Raval pero al final no se llevó a cabo no solo por la resistencia vecinal, sino también porque hubiera resultado muy caro: las viviendas eran de una calidad tan alejada de los estándares de las clases medias que habría que haber invertido muchísimo dinero.
Entonces, ¿gentrificación a favor o en contra?
Si hablamos de gentrificación como tal, ya implica algo malo porque hablamos de políticas de desplazamiento de la población. ¿Algunos de los valores que asociamos a la gentrificación pueden ser positivos para revitalizar un barrio? Sí. Pero ya estaríamos hablando de otra cosa.