Olvidaos de hacer largos en estas bucólicas piscinas, cercadas por varios arroyos. No solo porque el vaso principal tenga forma arriñonada sino porque, aunque hubiera calles, nadar mucho tiempo en estas aguas tan frías no está al alcance de cualquiera. Pero qué bien sientan si te dejas caer, como Burt Lancaster en El nadador, después de una caminata matutina por el valle de la Fuenfría (o tras la visita al aledaño parque temático, uno de esos repletos de tirolinas y demás vértigos controlados entre ramas).
Eso sí, las sombras están muy cotizadas pasado el mediodía. Abierto hasta el 2 de septiembre (de lunes a domingo, de 10 a 20 h), el complejo tiene todos los servicios imprescindibles (bar, vestuarios, merenderos…) para pasar el día yendo con lo puesto o con el táper casero (admiten comida, animales no). Merece la pena quedarse hasta la hora del cierre, cuando los últimos bañistas ya han plegado sus toallas y cerrado sus neveras portátiles, para disfrutar de la caída del sol entre los pinos silvestres de esta playa de interior tan marinera. Porque el verano era esto.