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Barbie es famosa desde hace mucho tiempo por ejercer algo parecido a un control mental total sobre las niñas de todos los países, pero aún así es difícil no maravillarse ante el enorme nivel de 'hype' viral que la película 'Barbie', de Greta Gerwig, ha alcanzado este verano. Pop-ups, colaboraciones con marcas, proyecciones especiales... Busca en Google los nombres de sus actores y aparecerán unas estrellas digitales de color fucsia. Probablemente fue muy difícil convencer al equipo de marketing de que no tiñera de rosa los océanos del mundo.
Aun así, la idea de que Gerwig pueda jugar con el juguete favorito de Mattel es tan irresistible que 'Barbie' probablemente no necesitaba hacer todo este esfuerzo: esta es una directora cuyas películas automáticamente se convierten en un evento para reunir a las chicas. Y aunque 'Barbie' no tiene la sensibilidad emocional ni la habilidad narrativa de Gerwig en sus mejores momentos (como en 'Lady Bird' o 'Mujercitas'), aún tiene la suficiente ironía, rareza e inquebrantable feminidad como para ser completamente estimulante.
La broma de Gerwig aquí es tratar las consecuencias prácticas de que los juguetes de Barbie cobren vida con total seriedad. Barbie se ducha con agua invisible, se sube al coche desde arriba y sale con amigas que también se llaman Barbie. El diseño de producción de Sarah Greenwood es extraordinario, fusionando detalles de todas las épocas estilísticas por las que ha pasado Barbie a lo largo de su historia en un universo coherente de casas de ensueño que se encuentran entre las conocidas cordilleras rocosas de las películas clásicas, bordeadas de mares de plástico transparente brillante.
'Barbie' tiene la suficiente ironía, rareza e inquebrantable feminidad como para ser completamente estimulante
Las secuencias iniciales tienen la abrumadora sensación nostálgica de estar de vuelta en la habitación de una predolescente, con la embriagadora fragancia de la laca de uñas con purpurina dilatando las pupilas, mientras Barbie y sus amigas están de fiesta en un estallido de lentejuelas, luz y pompas de chicle. "¿Alguna vez pensáis en la muerte?", pregunta Barbie, magistralmente interpretada por Margot Robbie. La música se corta. La angustia existencial no encaja con la marca Mattel. Pero es irresistible para el público principal de esta película, que tiene veinte y treinta años, y se ha enamorado de la hiperfeminidad nihilista cuyos referentes son Lana Del Ray o la Maria Antonieta de Sofia Coppola.
La angustia existencial de Barbie proviene de su dueña en la vida real, así que (siguiendo el consejo de la Barbie rara, interpretada con extravagancia desorbitada por la maravillosa Kate McKinnon) tiene que escapar al mundo real para encontrarla. Y Ken se une a la aventura, aunque no aporta mucho: "Mi trabajo es sólo la playa", dice Ryan Gosling, encantado de poder explorar su lado divertido. Lo que sigue es una comedia distorsionada sobre la madurez en la que la pobre Barbie tiene que descubrir los horrores del sexismo, la conciencia de sí misma, la celulitis, la cosificación y el omnipresente patriarcado, mientras Ken se lo pasa bastante bien siendo el centro de atención por una vez.
La sátira de Gerwig es profunda, alcanzando incluso a la junta directiva exclusivamente masculina de Mattel (aquí los villanos de traje gris) y su insípida visión de la diversidad: puedes ser lo que quieras ser, siempre y cuando también seas una Barbie, con toda la estética y el sabor político que ello implica. Inevitablemente, Gerwig tiene dificultades para cerrar de manera ordenada esta caja de Pandora de críticas. En lugar de eso, la directora y el coguionista Noah Baumbach satirizan también el feminismo y la forma en la que optimistamente creemos que articular los problemas del statu quo realmente cambiará las cosas. "Al dar voz a la disonancia cognitiva de ser una mujer bajo el patriarcado, le has robado su poder", le dice una Barbie a otra, con orgullo y vacío al mismo tiempo.
La sátira de Gerwig es profunda, alcanzando incluso a la junta directiva exclusivamente masculina de Mattel
Es una conclusión gloriosa y nihilista para una película que, desafortunadamente, tarda bastante en terminar. Las escenas finales se sumergen en un exceso cursi de sinceridad, y la trama que sigue a la transformación de Ken en un hombre sexista y su posterior rehabilitación se ve socavada por el hecho de que, aunque Barbie se convierte completamente en humana, a él nunca se le permite ser más que un tonto sin cerebro.
Aun así, es una película maravillosamente divertida que de alguna manera logra celebrar y satirizar simultáneamente la marca Barbie, con su feminismo y feminidad, combinando como unas sandalias gorpcore con una falda rosa vaporosa. Es el mundo de Barbie, y es emocionante vivir en él, al menos durante una hora o dos.