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Madrid oculto: Antihimnos del punk ortodoxo

Escrito por
Servando Rocha
Collage de Amaya Lalanda
Amaya Lalanda
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Al final de la avenida un búho avanzaba hacia nosotros. No había más tráfico a aquellas horas de la madrugada y menos en aquel lugar, Campamento, en el Madrid de los primerísimos 90, donde la urbe se diluía. Subimos entre risas. Nadie pagaba. Pegada mi cara a la ventana contemplaba el aspecto de aquella ciudad a medio camino entre una modernidad que no llegaba y su propio pasado. En los barrios obreros se mostraban aún las cicatrices de los duros 80. La heroína había barrido las calles y las cárceles se llenaban de chavales enganchados. Cuando íbamos de concierto en kasas okupadas o salas destartaladas, el paisaje era desolador: descampados y bloques de viviendas a punto de venirse abajo. Ir desde la Gran Vía a Chueca, donde la plaza era un barrizal dominado por yonquis y traficantes, era entrar en otro planeta. Comprábamos discos en Record Runner (junto a la plaza de Santo Domingo) o en La Ortiga (Estrecho), y casetes piratas a Ángel, del sello Fobia, en el Rastro. Íbamos a La Vaca Austera, donde Kike Turmix siempre daba conversación, o a la Barmacia, a la que se entraba pasando un examen a través de la mirilla de la puerta.

Las frecuentes manifestaciones terminaban en incidentes y cargas policiales. Creaban imágenes imposibles de olvidar, como Rossy de Palma, junto a Santiago Auserón, gritando en una lluvia de piedras y botellas a la salida de un concierto en la sala Revólver de Argüelles. A unos pasos de allí, en los bajos de Aurrerá, cientos de punks apuraban la noche y, tras el cierre, comenzaban las particulares leyes de la jungla, un territorio de caza para grupos de neonazis que merodeaban en busca de punks. No era nada raro. La muerte acechaba cada día y los punks se afeitaban la cabeza, descubriendo un cráneo lleno de golpes y magulladuras, para luego meterse en grupos e ir a buscarlos allí donde estaban.

Junto al enorme centro social de Minuesa, en la Ronda de Toledo, se levantaba una comisaría. Policías embozados nos observaban con sus ametralladoras mientras dentro casi siempre tocaban los mismos: Tarzán, que habían cantado a Amparo 83 (primer squatter de la capital), Sin Dios, 37 Hostias, Andanada 7, Wipe Out Skaters (que saltaban del escenario con sus monopatines) o SDO 100% Vegetal. Todos ellos sucesores de La Uvi, la banda que sirvió de puente entre La Movida y el punk ortodoxo. Fueron ellos quienes pasaban la gorra mientras tocaban versiones de The Stooges junto a la puerta de La Bobia y quienes cantaron eso de: "Yo me paso todo el día en un coche de policía, recorriendo todo Madrid en muy buena compañía".

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