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La modernidad ha llegado a la churrería, se llama Schotis y está en el barrio de Chamberí. "Queríamos darle una vuelta al concepto, huir de la fritanga y de la imagen típica que tiene la gente", comenta Sandra Martínez, una arquitecta que se quedó en paro en plena pandemia y hace tres meses abrió este local junto con una socia. Y se nota la influencia de su profesión porque la estética de azulejos blancos impolutos es una declaración de intenciones o una adaptación de lo castizo a los tiempos de hoy.
No hay nada que recuerde a una churrería al uso, excepto los churros y las porras que salen al momento del interior. Aquí casi todo se hace con la masa de churro. Agua, harina y sal en una proporción secreta que con la temperatura idónea del aceite da lugar al bocado perfecto: homogéneo, crujiente y con sabor. "Es un producto tradicional bien hecho y lo que variamos aquí pues son algunas formas y los añadidos", revela Sandra.
Lo primero que hay que hacer es elegir los fritters, es decir, lo que se fríe: típicos churros con forma de lazo, porras, mads (o roscas pequeñas), schotis (o la flor manchega tradicional hecha con masa de churro, huevo y anís) y pichis o churros lazo en versión mini. Una vez hecho esto se le da color al tema. Tienen seis coberturas en caliente: de chocolate negro, caramelo, blanco, choco pink, chocolate con leche y blanco con matcha, otras en frío y toppings sólidos como las virutas de fresa, limón, fideos de colores, galletas, etc.
¿Y para mojar?, pues un chocolate caliente español o belga en diferentes tamaños, infusiones, cafés con leche y demás. Rematan el cuadro con los llamados 'cojonudos' de la Nani, una panadería de Montejo de la Sierra, que son unos bollitos que por lo visto justifican su nombre en cuanto se les hinca el diente. También ofrecen un helado con churro incluido y todo se puede pedir de forma individual, en packs y para llevar. En un futuro amenzan con hacer un bocata de calamares moderno. Estaremos al quite.
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