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Si de algo puede presumir Granada es de increíbles vistas panorámicas, y no, no todas tienen a la Alhambra como telón de fondo. Algo que hay que agradecer a su privilegiada situación estratégica entre colinas (que a ratos le hace estar como arrinconada entre cerros y barrancos), y a su caótico y romántico trazado urbano de callejones, cármenes y plazuelas. Singularidades que tienen su origen en la época nazarí y que, además de convertirla en un destino Patrimonio de la Humanidad, permiten la existencia miradores en los rincones menos predecibles de la ciudad.
El mirador de San Nicolás es el más conocido: su ubicación en el Albaicín (el barrio más antiguo de Granada), colocado justo enfrente de la Alhambra, hace de él un lugar absolutamente mágico (sobre todo al atardecer). Pero por suerte no es el único: sin salir de este barrio, pero subiendo un poquito más arriba, se encuentra el mirador de San Cristóbal, menos popular y concurrido, pero con vistas igualmente envidiables. Se trata del mirador más occidental de Granada, y desde su muro se contempla la alcazaba de la Alhambra, con la sierra Nevada al fondo y toda la ciudad de Granada a sus pies.
Granada, la ciudad con los miradores más espectaculares
El caso es que Granada cuenta con más de 40 miradores, y en nuestra última escapada a la ciudad andaluza (además de conocer el hotel con más glamour de Granada) hemos tenido la oportunidad de descubrir un mirador totalmente inesperado y mágico: el mirador de la Churra, levantado en el cerro del mismo nombre. Para acceder a él, hay que coger un callejón que arranca en la Cuesta de Gomérez, muy cerca de la famosa Puerta de las Granadas (la que da acceso al bosque de la Alhambra) y que está justo al lado del taller de Emilio Valdivieso, el último maestro de la taracea (esta técnica milenaria de decoración geométrica en madera) que queda en Granada (si tenéis la oportunidad de ir, no dudéis en entrar a conocer a este artesano octogenario).
Este mirador secreto, desconocido todavía incluso para muchos vecinos de la ciudad de Granada, muestra la otra cara del espejo, ya que está en la misma ladera de la Alhambra. Se encuentra en un rincón del cerro de la Churra, como elevado sobre el cauce del río Darro, esa frontera natural que atraviesa la ciudad. Desde él se ven los tejados del Albaicín y el Sacromonte, el barrio con más duende y más cuevas de la ciudad (aquí están las famosas 'zambras' gitanas, una parada imprescindible si queréis sumergiros en la cultura popular más autóctona de la zona).
Desde su tapia se tienen las que posiblemente sean las vistas con más encanto del Albaicín. Desde ahí es muy fácil identificar lugares tan característicos como los cármenes (esos patios privados con huerto, frutales y cipreses que destacan por la mancha verde que hacen entre muros y tejados), el palacio Dar al-Horra (típica residencia con arquitectura hispanomusulmana) o la mezquita Mayor de Granada (muy cerca del icónico mirador de San Nicolás). Sencillamente encantador e indispensable.
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