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'Oppenheimer', o 'Cómo aprendimos a empezar a preocuparnos y a odiar la bomba', es la película más ambiciosa de Cristopher Nolan hasta el momento. Incluso en una pantalla IMAX en 70mm, el formato en el que definitivamente deberías verla, sus temas e ideas se desbordan. El resultado es una película obstinadamente inflexible en su inteligencia, con defectos en el espíritu de su protagonista, convertida en una de las secuencias visuales más asombrosas desde '2001: Una odisea en el espacio', y completamente apasionante, incluso con sus tres horas de duración. Con su duodécima película, Nolan atomiza las expectativas de lo que una superproducción puede o debe ser.
Y solo él podría haberlo hecho. No sólo porque durante una parte de su metraje es un grupo de tipos con batas de laboratorio tachando fórmulas complejas en pizarras y, en general, haciendo que 'Interstellar' parezca 'Barrio Sésamo'. O porque el elegido como protagonista, el físico nuclear y pionero de la bomba atómica J. Robert Oppenheimer, sea un carismático (pero no tan reconocido) Cillian Murphy, y que sus dos grandes estrellas, Robert Downey Jr. y Matt Damon, tengan papeles secundarios destacados, pero poco llamativos. E incluso porque, en un mundo de imágenes generadas por ordenador, Nolan apueste por recrear el efecto de la explosión de la bomba atómica de forma real (con una mezcla de gasolina, polvo de aluminio, magnesio y propano que no debéis intentar en casa).
Sólo Nolan podía hacer que este tema potencialmente prohibitivo sea tan emocionante. El ritmo de 'Oppenheimer' es como el de una reacción en cadena, cada una de sus composiciones, inmaculadamente iluminadas por Hoyte van Hoytema, se suceden en cascada hasta alcanzar un clímax inmensamente satisfactorio que te deja impactado.
El físico interpretado por Murphy se encarga de dirigir el 'Proyecto Manhattan' durante la guerra, reuniendo a un equipo de cerebritos para convertir en armas los recientes descubrimientos en el ámbito de la física cuántica, inicialmente contra los nazis, aunque finalmente y de manera controvertida, contra Japón. Damon interpreta con gusto a un teniente general que controla la misión en el desierto de Nuevo México y acentúa la gravedad del tema. Florence Pugh y Emily Blunt están fantásticas como las mujeres que sacan la humanidad de Oppenheimer, en la película más romántica de Nolan hasta la fecha (aunque sigue sin ser tremendamente romántica).
Es un cubo de Rubik de géneros que se mantiene unido por un magnético Murphy y la confianza inquebrantable del cine de Nolan
Lo que está en juego aquí es lo más grande y más creíble que ha hecho Nolan hasta la fecha, algo que consigue con algunas tomas poco tranquilizadoras del planeta inmolándose, un diseño de sonido espeluznante y la gran música de Ludwig Göransson, al estilo de Hans Zimmer.
Pero no es perfecta. Tom Conte hace un Albert Einstein jovial pero poco convincente (Michael Emil hace un mejor trabajo en 'Insignificance', de Nicholas Roege, una fascinante pieza complementaria para 'Oppenheimer') y el acento danés de Kenneth Branagh se desliza como un neutrón libre interpretando al mentor de física de Oppenheimer, Niels Bohr. La repentina escena de desnudos es más incómoda que sorprendente. Y ocasionalmente, el diálogo parece que está diseñado para poner al público al día (atención a Alden Ehrenreich como 'el asistente del Senado que explica cosas').
Para ser justos, hay muchas cosas que necesitan explicación. 'Oppenheimer' abarca una época en la que el mundo giraba sobre su eje como el pasillo de 'Origen', y el guion de Nolan, basado en la biografía 'Prometeo Americano', ganadora del Pulitzer en 2005, aborda esa complejidad con un efecto satisfactorio. Usa la fotografía en blanco y negro para avanzar rápidamente hacia los problemas de Oppenheimer después de la guerra con las facciones de McCarthyite y el amargo político interpretado por Downey Jr, para luego regresar a sus coloridos años de formación en Cambridge y Alemania, antes de trasladarse al árido desierto de Nuevo México por la construcción de la bomba y con los rumores de un agente soviético en el campo.
Es un cubo de Rubik de géneros (thriller, drama judicial, película de guerra, romance, gente en una misión), unido por un magnético Murphy, que lleva el peso de la creación que cambiará el mundo reflejado en un rostro cada vez más demacrado, y la confianza inquebrantable del cine de Nolan.
El efecto acumulativo es tan impresionante y opuesto a cualquier cosa que esté haciendo Hollywood en estos momentos, a excepción de la atrevida 'Barbie', que hace que se sienta como una forma de arte completamente diferente. Y sinceramente, aleluya por ello.