Ingrid y Jordi llegaron en junio de 2014 desde Barcelona para sacar adelante la sede de la escuela Swingmaniacs en Madrid (en la Ciudad Condal tienen la friolera de más de 1.000 alumnos).
Imparten clases de swing a partir de las 7 de la tarde hasta las 10 de la noche (hay alguna también por la mañana), y ya tienen algo más de 300 alumnos matriculados. “Además de las clases, lunes y viernes por la noche hacemos una fiesta, una clase abierta, los profesores enseñan algún paso nuevo para practicar y para animar a quienes no conocen el baile a apuntarse al swing”, nos cuenta Ingrid. Y tendremos que esperar al próximo verano para poder participar en uno de sus 'clandestinos': este pasado se plantaban con la música y los altavoces en alguna plaza, previa convocatoria en las redes sociales, y se ponían a bailar. Las plazas de Callao, la Puerta del Sol y la explanada del Reina Sofía fueron testigos de un ambiente festivo, animado, y bailongo que dejó muy buen sabor de boca entre los asistentes (y transeúntes).
Lo cierto es que se han instalado en todo el centro, cerca de otras escuelas. Pero no les parece un problema: “Que haya competencia es bueno, mientras más seamos bailando swing, mejor, eso se traduce en más gente para bailar, más espacios donde ir, más personas que conocen el baile. Porque aún tenemos gente que entra a la escuela a preguntar qué es esto del swing”, reconoce Ingrid.
¿Por qué gusta tanto el swing? “La música atrapa mucho, también porque se aprende rápido, en la primera clase ya estás bailando, y luego está el componente social, porque en cada canción cambias de pareja, entonces conoces gente y se crea muy buen rollo”, explica.
Ah, y un dato: hay muchísimos menos chicos que chicas. “Nosotros siempre decimos 'si los chicos supieran lo que hay aquí, esto estaría a rebosar'. Luego a ellos también les encanta y se vuelven super adictos”, dice Ingrid.