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Pobres de nosotros, madrileños. Tardamos años en tener un servicio público de alquiler de bicicletas y cuando por fin lo conseguimos resulta ser… un desastre. ¿El motivo? Una controvertida mezcla de factores: fallos en la gestión, problemas técnicos, etc. Pero si hay un problema que destaca por encima del resto ése es sin duda el vandalismo.
Y en parte, la culpa es nuestra, porque somos (algunos) unos quinquis. El otro día vimos salir a un señor de su casa con su perro bajo un brazo y una bicicleta de BiciMad bajo el otro. Y hace menos de una semana encontramos otra atada con una cadena a una farola. ¿El que roba a un ladrón tiene 100 años de perdón? Está claro que BiciMad tiene que esforzarse en mejorar su servicio porque entre estaciones estropeadas y bicis averiadas hay días en los que ir a currar en bici es más difícil que encontrar aparcamiento en Sol en Navidad, pero que algunos madrileños no se merecen este servicio, también.
Solo cuando el sistema sea insostenible y vaya a la quiebra –ahora pierde la friolera de 300.000 euros mensuales-, nos quejaremos y entonces nos acordaremos de la gracia que nos hizo ver sacar del garaje a ese señor una BiciMad nuevecita. Y miraremos (y admiraremos) con envidia a ciudades como Ámsterdam o Copenhague. Y lloraremos.