La calle Argumosa es esa arteria que nos sirve para tomar el pulso al actual Lavapiés. En lo que a sus bares se refiere, las tensiones del barrio permiten por ahora la convivencia de rincones míticos como El Económico con nombres de nuevo cuño como Hermanos Vinagre. Pervive impertérrito el Automático y encaja una vinoteca –otra más– como Ksdal. En esto que Fernando Lobo, un treintañero de San José, Costa Rica, abre su bar de cócteles sin que la cosa desentone ni el cercano Savas –ya institución– deba dejar de celebrarlo.
A nuestro Fernando le dio tiempo a recorrer todo lo que pudo el hotel Andaz de Londres. Después acabó dando muestras de su talento en Fat Cats, coctelería de Las Letras que se echó a la espalda. Este periplo algo ignorado le ha dado la confianza necesaria para atreverse con su primera aventura en solitario. A pulmón, sin colchón ni fondos ni agencias. Scratch –garabato, algo hecho desde cero, rasgar y mover un disco– es una buena noticia para el barrio y para la escena madrileña del cóctel.
En la anterior heladería Yoli, cerrada varias temporadas junto a ese chiscón tan genuino como demacrado que es Le Petit, el joven barman costarricense se valió de una amiga arquitecta para hacer realidad y de manera lo más asequible posible su barecito de barrio. Azulejo blanco, barra de pladur y ladrillo revestido de microcemento, planchas de madera, el espejo con el letrero de helados que da profundidad al espacio, y un telón que separa el office y el baño con bola de discoteca al tiempo que recuerda que esto es una coctelería. Popular, de colegas y de ambiente familiar, pero coctelería al fin y al cabo. Esa fórmula híbrida a partir de parecerse a un bareto le confiere encanto y hace que no sea tomado como forastero en la noche.
El resto en este saloon lo pone la afable hospitalidad de Fernando, solo ante el peligro, y su habilidad a la hora de democratizar los tragos para que cualquiera encuentre el suyo. La carta con la que se ha lanzado tiene una primera parte de cócteles especiales y títulos curiosos (9-12 €). Dominguero es una versión fresca de un rebujito con fino, cava y licor cítrico, algo que abre las carnes. Lado B es una especie de americano con gin ahumada, vermut Byrrh, sirope de mandarina, oloroso y soda. Sudadera en la playa es un twist sutilmente herbáceo de margarita con tequila y sidra natural, más miel asturiana y tomillo con los que hace un cordial. ”A veces mis amigxs y yo…” parte de un Jungle Bird -que Fernando clava- para fusionarlo con un New York Sour. Para los menos entendidos, podría parecer un sabroso tinto de verano especiado y untuoso con rones Plantation y Paranubes, piña, sirope de coco y pimienta, más el chorrito final de vermut Tres Rocinante. Ele-gante & Fabulosx, un café tonic aromático y engañoso, lleva pisco infusionado con café, coñac Pierre Ferrand 1840, sirope de hierbaluisa, limón y tónica. Otro especial es El after del after, como un bloody mary con mezcal de alto octanaje (Palomo Espadín de 46 grados), bloody mix, tomate pera, clamato y cerveza.
La segunda parte de la carta la reserva a sus clásicos favoritos, tragos más serios (11-14€). Entre ellos, el Industry Sour, una bomba con Fernet y Chartreuse, algo que entra a cuchillo si no fuera porque se envuelve en forma de sour. Cuidado con él. Más refinado siempre es un Bamboo, esta vez con Antica, Noilly Prat y amontillado El Tresillo de Emilio Hidalgo. Ya vemos cómo se las gasta Fernando con su botellero: pocas referencias pero de calité. Como ese Hampden, ron jamaicano de 47 grados que Lobo saca con pipeta para servir chupitos, el Worthy Park 109, o el Ecuador Malacatos, tal cual sale del alambique.
La idea es que en Scratch pinche su creador en vinilo. Si no, suena bastante hip hop de los noventa, tipo Outkast. El gato chino mueve su brazo sobre la barra. Los cócteles largos, refrescantes y on the rocks, fáciles pero bien adaptados al entorno, se sirven en cristal funcional. Scratch es un bar de calle que no se esconde ni traiciona al Lavapiés combativo de siempre.