Una actualización esmerada y humilde del bar de barrio, encantadora esquina con una amplia terraza en la que los vecinos se convierten pronto en parroquianos, esa taberna donde, como apunta su propietaria, "nos despertamos subiendo la persiana y nos acostamos bajándola". De martes a domingo. Abrió hace apenas cinco meses pero su aventura en solitario estaba ya predestinada. "Viví un tiempo justo encima del local y siempre fantaseaba con qué haría si lo tuviera". Una treintena de vermuts gobiernan la oferta líquida, especialización inédita por estos lares; puedes llevar el aperitivo en cualquier dirección, de Galicia a Cádiz, de La Rioja a Cataluña.
"El nombre viene del conocido poema de Lorca que, convertido en canción, es mi favorita; la gente entra ya cantándola. Y, por otro lado, tiene un guiño secreto autorreferencial. Si cambias la primera 'r' por una 'm', tienes mi nombre". Tamara, apoyándose en una carta ideada por Raquel en un primer momento pero con Natalia ejecutádola a diario, ha creado un lugar a su medida, que es la nuestra, sabiendo que no se necesita mucho más que uno de sus suculentos planchaditos (pan de cristal de masa madre), sea de jabalí, pollo cajún o vegano, una ración de boquerones caseros y unos amigos para echar la tarde. Amable y feliz elogio a lo de siempre.