La sombra de Javier Moya en la gastronomía madrileña es alargada. Después de asentarse y triunfar en la zona de Atocha con los tres restaurantes del grupo Triciclo, se expande a la calle del Olmo abriendo junto al chef Ferrán Blanch (compañero en Tándem y Triciclo) el Bar La Esperanza. El nombre le viene al pelo, pues es para los amantes del alterne la esperanza de supervivencia del ambiente tabernero de Madrid.
Por su ubicación y el rollo que lleva tenía que parecer un bar de siempre, de ahí su estética setentera con lámparas esféricas, barra de mármol, taburetes forrados y platos de duralex (esos de color ámbar que aún conserva tu abuela). Llamémosle gusto ‘retromoderno’. Y como tal, lo comparten desde los parroquianos de edad avanzada hasta los ‘millenials’ (y dale con el calificativo) que se suman a ese acodarse en barra vermut en mano y tapa en la otra.
En carta, un gusto similar. Tan pronto unos buenos quesos y embutidos como una ensalada Zuchini Burrata, con tallarines de calabacín, burrata, piñones y tomates secos. Unas patatas bravas clásicas y una Coca Mallorquina de pimientos asados, espinacas y sardinas, un hit con más que merecida fama. Y una Bomba de la Barceloneta (una patata cremosa rellena de carne al estilo de la boloñesa y rebozada como una croqueta), como una Fideuá valenciana con sepia y gambas. Además de algunos guisos y entrepanes bien reconocibles. La mayoría susceptibles de reducir a una media ración para probar más, que aquí merece la pena.
Un poquito de todo, de aquí y de allá, pero sin salir de nuestras fronteras y sin entusiasmarse con moderneces. Más o menos clásico, todo se reconoce y se saborea con placer.