Ya conocéis la historia de esa ardilla que podía atravesar la península de rama en rama sin pisar el suelo. Aquí el mito se hace realidad cambiando árboles por vino. Gracias a una bien nutrida alacena, el itinerario arranca en un tinto de la Ribeira Sacra hasta llegar al sol y las tierras de un Pedro Ximénez o parte de un fresco Barbazul gaditano para posarse en una acreditada etiqueta de Rioja. Incluso hacen un guiño al barrio con ese sabroso tempranillo Malasaña (DO Madrid). “Vivimos a tres calles y pensábamos mucho en lo que nos apetecería tener y poder ir a una tienda-bar como esta. Faltaba algo así”, resume Alejandro, uno de los tres socios, mientras tira una caña. Tan extraordinaria ha sido la acogida que, a pesar de contar con seis empleados, durante los fines de semana todos arriman un poco el hombro.
“Soy muy clásico. Si tomo vermú, elijo siempre una gilda”. Alejandro lanza su preferencia a la hora del aperitivo pero las alternativas resultan casi infinitas. En una mesita, tres sexagenarios se entregan al ibérico de bellota, una pareja comparte la tosta de rillette de pato con mostaza a la miel y un grupo de treintañeros pide una tabla de embutidos de pueblo y otra de ahumados. En apenas 60 m², entre tanta conserva de mar y campo, hay mucho tesoro oculto. Como esas sardinas portuguesas en salsa teriyaki. Cuando el "do it yourself" no es una actitud sino un elogiable y apetitoso rincón.