Harina, agua y mantequilla. No hay más. Pero sus palmeras conquistan. Apostaron por el croissant (estratosférico) pero se rindieron a la pasión madrileña por este hojaldre, que bañan con distintos chocolates. Ana y Samuel, discípulo de Oriol Balaguer, cuidan cada ingrediente y priman la temporada. Lo tradicional y el sello propio inundan sus vitrinas. No podemos aplaudir más su propuesta. Nutren el espíritu del barrio al tiempo que lo endulzan. Y por el camino ganan premios.
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