De alguna manera su nombre está bien elegido. La distribución de su espacio, el tono de las conversaciones, los innumerables trofeos que pueblan sus paredes, la camaradería de sus propietarios, la vieja carga registradora, esas mesitas liliputienses… hacen de esta casa un lugar inusualmente acogedor, un oasis en un centro hiperpoblado de cadenas y raciones sin alma, un buen sitio donde tomarse un montadito o un pincho de tortilla acompañado de una caña (y sus estupendas aceitunas) o para sentarse a picar algún platillo tradicional.
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