Una coctelería nueva no es novedad en Madrid. Lo diferente de Fat Cats es que no es un bar pensado bajo el plan: toma tu cóctel y corre. Aunque su storytelling, como así lo identifica el logo, gire en torno al robo. La idea es recrear la leyenda de una pareja de ladrones, Peter Salerno y Dominick Latella, que a finales de los años sesenta y principios de los setenta afanaban en las casas ricas americanas mientras los dueños cenaban. No, esta coctelería que está dando sus primeros pasos en el barrio de Las Letras –el más coctelero de la ciudad– invita a tomarse más de un trago y a dejarse llevar por su atmósfera de club nocturno. Si te pillan dentro con las manos en la copa es que eres de los nuestros.
Un año le llevó a Shivank Singh definir el concepto. Este indio apasionado por la mixología, que viene de Deloitte y Amazon, dejó el trabajo para dedicarse al bar que regenta junto a sus socios Eric Raventós y Nina Cid, ésta última responsable de la identidad visual, tanto del mencionado logo como de las ilustraciones de la carta. Shivank no escatimó: Ansón y Bonet para el diseño del proyecto integral, Alejandra Pombo en el interiorismo, y 1862 Dry Bar a cargo de los cócteles.
La primera pista es la de una entrada que juega al despiste. La fachada de acceso se parte en dos: un expositor como de joyería buena y una puerta más industrial que más adelante será franqueada tras introducir un código. Habrá que esperar para comprobar si el modelo speakeasy funciona. Mientras tanto, el telón tras la vitrina se descorre de vez en cuando para provocar la curiosidad de quien pasa por delante. Una vez dentro, el sonido hi-fi y la lujosa estética setentera –estamos algo cansados de la nostalgia por los años veinte– ejerce su efecto envolvente. Barra con cinco taburetes, mesas bajas con sofás y butacas, un reservado al fondo. Dorados y tapizados, espejos y formas sinuosas, luces indirectas… Y entre aires de Tarantino y de Boogie Nights, con los Brothers Johnson de fondo y las palomitas con tajín demostrando ser pura psicodelia en boca, Fat Cats cobra sentido.
Conocedores de la nueva ola global de los bares de cócteles y de las claves del cosmopolitismo, Shivank y compañía querían un bar para todo el mundo, uno en el que la experiencia a través de la hospitalidad fuera determinante: "La historia está ahí detrás, pero nuestras estrellas son el equipo, el producto y el servicio". Aquí es cuando Fernando Lobo Chaves toma el mando como jefe de la barra. Este costarricense, ex Llama Inn y Four Seasons, hace suya la carta de Fat Cats, dividida en aperitivos, sours, tragos largos, after dinner y sin alcohol (9-13 euros). Entre los primeros, el salino Black Cats resulta potente y atrevido, siendo un híbrido de gimlet y daiquiri, con ron blanco, cordial de aceitunas negras kalamata y cilantro, acompañado de una tapenade con las mismas aceitunas. Muchos cócteles, si no incluyen un garnish más tradicional, incorporan estos pequeños bocados para dar un "toque gastronómico a cada preparación". Aunque en Fat Cats también se puede picar hummus, tablas de embutidos y quesos, o un sándwich de pastrami en pequeño formato.
Golden Dream es la versión del boulevardier llevado a una especie de White Negroni y vale para seguir limpiando el paladar. La fórmula parte de un milk punch con whisky rye, bitter bianco y vermut Antica Formula, macerado con pieles de pomelo y clarificado con leche de soja. En el siguiente capítulo, Alarm Off se dirige a los amantes del pisco sour: a un pisco Italia le añaden algo de Calvados para dar más complejidad y notas frutales, si bien el dulzor se compensa con un cordial de manzana verde. Para su twist de Paloma eligen un mezcal de alta graduación sin demasiado humo, más un falernum especial que hacen con jengibre, almendras y especias. A cada cual más recomendable, los tres tragos de cierre: Diamond Lift es un Grasshopper –clásico algo olvidado que, para entendernos, es como un after eight líquido– que hacen con un blend de licor de cacao blanco, licor de menta y Chartreuse verde; el Heist Night Fever es su ajerezado espresso martini con brandy Lustau, oloroso y cream, además de un cold brew muy bien trabajado para que el sabor sea fresco y ligero; y Midnight Swipe, un old fashioned casi masticable a partir de un mix de rones, oloroso y aceite de plátano.
Para redondear el paso por esta exclusiva guarida llena de guiños a la vida de unos ladrones de guante blanco, el pequeño pero suntuoso botellero del que Fernando va incorporando y extrayendo joyas: rones agrícolas de añada, algún jamaicano de 60 grados, el oaxaqueño Paranubes, buenos bourbons y whiskys japoneses… El mejor botín para una noche de diversión en el centro.