Ciriaco Brown

“Si me implico en algo, me meto hasta las cejas. Tanto que este proyecto me ha servido para conocerme mejor a mí mismo”. Pum. Gracias a su mujer, que le espoleó durante unas vacaciones, un amigo y un préstamo, Goyo, toda una vida levantando bares y gestionando ambientes noctámbulos, confirmó que era su momento y que tenía que ser en Lavapiés. Hace año y medio se hizo con un almacén de ropa al por mayor, regentado por chinos, para convertirlo hoy en el sorprendente y encantador garito de la temporada. Cada detalle (y son muchos; de las lámparas al tapizado, de las columnas a las dimensiones del muestrario alcohólico) está meditado, las piezas de su abigarrado estilo encajan como un puzle. “Desearía que fuera ese descubrimiento del que chuleas con un colega, el destino del ‘mira, pisha, te voy a llevar a un sitio que te va a gustar’ y que esa bola fuera creciendo”. Su horario allana el camino porque da para tomarse un par de cañas al salir del trabajo o una copa después de cenar pero también para enlazar confesiones, risas y tragos hasta que asoman las primeras luces del día. Con hechuras de coctelería, codiseñadas por los estudios barceloneses Pichiglás y Yomuto, el local (“queríamos que al entrar no supieras si lleva abierto dos o siete años y que, de alguna manera, se mimetizara en el paisaje del barrio”) se asienta sobre la vida y milagros de Ciriaco Brown y esa máxima, ‘A todo confort’, que el propio Goyo luce tatuada en su hombro derecho. La vida real y las historias ficcionadas se entrelazan a la vez que se ramifican en la carta alcohólica; pedid un Tito John o un Anne Marie. Cuidan el servicio más allá de la barra, la música acompaña y gastan precios asequibles. El pub ha vuelto y huele a caballo ganador.