Eduardo insiste. "Somos un bar. Nos centramos en la coctelería clásica pero también servimos cervezas y vino. Queremos que el cliente nos vea como un espacio polivalente". Lijaron con respeto la madera que cruje, tapizaron las viejas sillas altas, barnizaron la gran barra que recorre todo el espacio para no perder la herencia del local y abrieron hace mes y medio. "Trabajamos con producto fresco. A partir de ahí hacemos nuestros propios siropes, macerados, bitters... La temporada marcará el paso pero también las novedades del sector. Hemos arrancado con cinco cócteles pero pronto serán unos doce. No más. Si no sale perfecto, no lo hacemos. Preferimos tener una carta reconocible, bien ejecutada y equilibrada, y luego estar abiertos a cambios y nuevas ideas que se vayan incorporando. Llevo 15 años en esto y la pasión me hace estar las 24 horas alerta". La entrega es tal que no duda al echar mano de su colección de cristalería del siglo XX, vasos con baño de plata y extrema delicadeza que no tienen réplica. "Esto es lo que quería hacer, nuestra casa. No voy a guardarme nada. Mi placer es ver cómo la gente disfruta con lo que ofrecemos. Y esas piezas además traen una historia, que es la que vamos a contar aquí".
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