“¿Hay algo más natural que lo salvaje?”. Desde el otro lado de la barra, Miguel, camisa blanca y corbata negra, define la enseña de la casa, su trabajo y filosofía. Él es hoy el rostro de los hermanos Quintanar, responsables de esta generosa taberna y de una espléndida cerveza artesana, que estuvo en DiverXO y sigue estando en las bodegas de otros grandes nombres como Ruscalleda o Subijana.
“Fuimos ocupando habitaciones de un piso de la casa paterna (Campo de Criptana) hasta que se quedó pequeña y hace dos años nos trasladamos a una antigua fábrica de pasteles y tartas en Alcázar de San Juan”. Con seis grifos (varios en rotación) y platos típicos mesetarios, buscan mantener la herencia de Alberto y Ramona, que vinieron de León y regentaron este mismo local despachando vinos a granel desde los 70. “Sabemos que tenemos algo especial, que preparamos buenos aperitivos a precios populares pero lo que más trabajamos es el trato con el cliente. Queremos retomar esa hostelería tradicional que se ha ido perdiendo. Apenas llevamos seis meses pero la acogida nos ha sorprendido gratamente. La gente dice que somos la revolución del barrio”.
De la pared cuelgan molinos y el hipnótico rostro de una joven Sara Montiel a punto de cantar Bésame mucho, aunque suena jazz de fondo. Vuelan La Gorda y La Flaca, las versiones más accesibles para neófitos, pero la sensación del verano se llama Wai-iti, elaborada con ocho lúpulos experimentales, una golosina para los más avezados en la materia. Nunca faltan la ensaladilla rusa ni las triunfales salchichas a la cerveza. “Como buenos manchegos, cocinamos con garantías un pisto o un asadillo pero también nos desmarcamos con una receta de oreja en soja y barbacoa casera. Por eso recomendamos pedir tapas”. Platillos sabrosos que se cierran con la pareja de baile perfecta; su birramisú y una caña de Bola Ocho es de ovación cerrada.