Dice la artista que lleva toda la vida pintando el mismo cuadro. Varían, quizá, los materiales, los formatos o la gama cromática, pero, en esencia, es siempre el mismo cuadro. Y esta exposición se propone demostrar esta afirmación de Sevilla.
La muestra no tiene un itinerario marcado, porque donde arranca también termina. Una propuesta circular que, a lo largo de diez salas, refuerza esa idea de que Soledad Sevilla persigue un mismo cuadro desde que comenzó a pintar. Tras dejar atrás una bella pero inadvertida instalación entre los edificios Sabatini y Nouvel, la muestra parte de sus primeras obras geométricas de finales de los 60, donde podemos ver algunas piezas procedentes del Centro de Cálculo de la Universidad Complutense, donde ya se atisban ritmos, tramas y variables, los pilares sobre los que se sustenta la producción artística de Sevilla. En las últimas salas -o las primeras, según se recorra la exposición- encontramos las piezas más recientes de la artista, en las que homenajea a su gran referente, el artista Eusebio Sempere. En estas obras el ritmo sigue presente, al igual que las variables y las tramas, que se hacen sutiles, aunque demuestran fuerza y consistencia.