Museo Reina Sofía
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10 cuadros imprescindibles del Museo Reina Sofía

Las pinturas más importantes de las vanguardias artísticas del siglo XX en España y lo que no te puedes perder más allá del Guernica de Picasso

Irene Calvo
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El arte contemporáneo es el protagonista del Museo Reina Sofía. Pinturas, esculturas, instalaciones, fotografías y otros soportes son conservados en este gran edificio, que se construyó en el siglo XVIII como hospital y que Jean Nouvel amplió en 2005.  El origen del museo se remonta al siglo XIX, cuando se reservó un ala del actual Museo de Arqueología para las pinturas posteriores a Goya. La colección fue aumentando y se trasladó primero a Ciudad Universitaria y, después, en 1986, se inauguró la sede actual. Su colección está centrada en las vanguardias españolas, pero también podemos encontrar artistas internacionales.

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Guernica. Pablo Picasso, 1937. (Sala 205.10).

En 1937 Pablo Picasso recibió el encargo de pintar una obra para el pabellón de España de la Exposición Universal de París de ese mismo año. La Guerra Civil había estallado hacía unos meses y, aunque Picasso vivía en Francia, no era ajeno a la tragedia que se vivía en su país. Conmovido por las imágenes que se difundieron del bombardeo de la ciudad de Guernica, en el País Vasco, el artista decidió titular la obra así, aunque no existe relación entre las escenas del cuadro y el suceso. Una vez finalizada la Guerra Civil, Picasso decidió que el cuadro se custodiase en el MoMA de Nueva York, expresando su voluntad de que solo volviese a España cuando hubiera una democracia. Así en 1981, la obra llegó a Madrid. La cantidad de elementos que aparecen en la obra han dado pie a infinidad de interpretaciones, pero lo que queda claro es que Picasso pintó el horror de una guerra para que no sucediera nunca más.

Ángelus arquitectónico de Millet. Salvador Dalí, 1933. (Sala 206.02).

Su excentricidad provocaba admiración y críticas por igual: Dalí no pasaba desapercibido, ni dejaba indiferente. Fue uno de los grandes representantes del surrealismo y en este cuadro se pueden encontrar varias características típicas de su obra.

A finales de los años 20 Dalí desarrolló, basado en las enseñanzas del psicoanalista Jacques Lacan, el método paranoico-crítico. Se trataba de un sistema de prospección que el artista aplicaba a su producción artística y que fue muy alabado por los surrealistas. Consistía en la observación e interpretación de conceptos que irracionalmente se asociaban en su mente. Uno de los temas más recurrentes en la ejecución de este método era la obra ‘El Ángelus’ del pintor del siglo XIX Jean F. Millet, un cuadro que simbolizaba la moralidad cristiana. El lienzo despertaba la admiración y obsesión del pintor catalán, que lo exploró e interpretó en repetidas ocasiones a través del método paranoico-crítico, donde introducía elementos de carácter erótico que contrastan con el discurso religioso de la obra original.

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Moulin à café, tasse et verre sur une table (Molinillo de café, taza y copa sobre una mesa). Juan Gris, 1915-1916. (Sala 204.01).

Uno de los grandes referentes del cubismo fue el madrileño José Victoriano González-Pérez, conocido como Juan Gris. Estudió en la Escuela de Arte de Madrid y se formó en el estudio del pintor José Moreno Carbonero. En 1906 se trasladó a París, donde entró a formar parte de los círculos artísticos del momento y comenzó a trabajar como dibujante para varias publicaciones. Hacia 1910 Gris empezó a interesarse por el cubismo y dejó de lado su faceta como ilustrador. Tres años después, el artista estaba trabajando definitivamente el cubismo en sus obras. Trabó una fuerte amistad con Picasso y ambos exploraron el cubismo en sus inicios, sin embargo, al cabo de los años cada artista siguió trayectorias muy diferentes y se distanciaron. Gris estudió las pinturas de Velázquez, Corot y Cézanne, cuya influencia se deja ver en sus obras. Es el caso de este cuadro, en el que el artista toma como referencia las naturalezas muertas de Cézanne para pintar un bodegón de su tiempo en clave cubista

Un mundo. Ángeles Santos, 1929. (Sala 205.06).

Cuando esta obra se presentó en el Salón de Otoño de 1929, en el Parque del Retiro, todos los asistentes quedaron asombrados por el enorme lienzo de tres metros por tres metros y su gran calidad artística. Pero más revuelo se armó cuando descubrieron que la autora era una muchacha de diecisiete años que, a base de estudiar revistas y publicaciones de las vanguardias, y tomando referencias de su entorno más cercano, había logrado pintar un cuadro que llamase la atención de público, artistas y críticos. Con un estilo muy personal, su producción se clasificó como surrealista. “Un mundo” muestra un planeta cúbico en el que, como si tuviésemos una visión omnipresente, podemos ver a sus habitantes en sus casas, en teatros, exposiciones… Alrededor del mundo unas figuras femeninas se encargan de que las estrellas brillen gracias a la luz del sol. En la parte inferior derecha aparecen unos seres, que parecen ser de otro mundo, tocando instrumentos y descansando. Después del Salón de 1929, las obras de Santos fueron muy cotizadas. Sin embargo, su matrimonio y posterior maternidad impidieron que la artista pudiese desarrollar plenamente su carrera.

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Le sourire des ailes flamboyantes (La sonrisa de alas flameantes). Joan Miró, 1953. (Sala 400.05).

Tras su objetivo de asesinar la pintura, que consistía en deshacerse de las técnicas pictóricas tradicionales para crear un nuevo lenguaje plástico, libre de ataduras estéticas y convencionalismos, Joan Miró creó una serie de personajes que habitarían sus lienzos de manera recurrente y una iconografía que hizo su obra reconocible y única. No obstante, a partir de mediados de los 50, Miró abandonó la pintura para centrarse en las obras gráficas y las cerámicas. Esta obra, fechada en 1953 es el preludio de esta etapa. Cuando Miró pintó este cuadro había alcanzado un punto álgido en su producción. La soltura de los trazos y su simplicidad, que recuerdan a los que puede hacer un niño, indican una espontaneidad trabajada a lo largo de décadas. También están presentes algunos elementos típicos de la producción de Miró, como la estrella o el sol, junto al uso de ciertos colores como el rojo, amarillo o azul que forman parte de la identidad artística del autor.

La verbena. Maruja Mallo, 1927. (Sala 203.02).

Maruja Mallo pintó una serie de lienzos dedicados a las fiestas populares madrileñas y este es uno de ellos. Recoge el ambiente divertido y bullicioso de una verbena madrileña con un toque surrealista, al crear extraños personajes que no pertenecen a la realidad, como el gigante de un solo ojo o el inquietante personaje de pies deformes, con guitarra a la espalda, que pide limosna. Mallo perteneció a la Generación del 27 y fue una de ‘Las sin sombrero’, una mujer independiente y moderna que se había marchado a Madrid para estudia en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Durante los años 20 trabajó para varias publicaciones y también realizó portadas de libros, así conoció a Ortega y Gasset, quien organizó su primera exposición en las salas de la Revista de Occidente. Su obra fue muy bien valorada dentro y fuera de España. André Breton, fundador del surrealismo, admiró su producción e incluso adquirió una obra suya en 1932. 'La verbena' recoge la esencia de la pintora en aquel momento: un mundo colorido, excéntrico, divertido, libre y, a veces, carente de lógica

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Dubonnet. Sonia Delaunay, 1914. (Sala 207.01).

El verdadero nombre de Sonia Delunay era Sara Élievna Stern. Nació en Ucrania y se crio en San Petersburgo donde descubrió su pasión por el arte. Estudió dibujo en Alemania y después se trasladó a París para seguir con su formación. En la capital francesa conoció artistas como Pablo Picasso, Georges Braque o Robert Delaunay, con quien se casó y adoptó su apellido. Los Delaunay trabajaron el orfismo o simultaneísmo, un tipo de pintura dentro del cubismo, en la que el color se usa para crear espacios y formas. Sonia aplicó los principios del orfismo no solo a su producción pictórica, sino también al diseño gráfico y textil, donde destacó por sus novedosos modelos, llegando incluso a abrir su propia tienda de moda en Madrid. Esta obra es un cartel publicitario de la marca de vinos Dubonnet y ejemplifica la teoría del simultaneísmo en los contrastes cromáticos de las bandas circulares, que Delaunay divide en cuadrantes. El ritmo de la composición se establece a través del juego de colores, que proporciona una sensación de movimiento.

Grelots roses, ciels en lambeaux. (Cascabeles rosas, cielos en jirones). René Magritte, 1930. (Sala 205.13).

A pesar de ser el máximo representante del surrealismo belga, René Magritte comenzó su carrera artística dentro del impresionismo. Sin embargo, muy pronto se sintió atraído por el futurismo y, en especial, por la pintura metafísica de Giorgio de Chirico. Estas influencias, junto a la relación con el grupo surrealista liderado por André Breton, llevaron a Magritte a desarrollar un tipo de surrealismo muy personal, que rechazaba la presencia de lo inconsciente en su obra para centrarse en la asociación absurda. Su reconocible estilo se caracteriza por la depurada técnica, casi fotográfica, y la incoherencia de sus composiciones. Es el caso de esta obra, en la que aparecen dos elementos recurrentes en su producción, como los cascabeles y las nubes. El contraste entre los cascabeles suspendidos en una irreal atmósfera rosa y el luminoso cielo azul sembrado de nubes contribuye a crear cierta desazón e incluso inquietud, sensaciones que a menudo producen las obras de Magritte.

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La tertulia del Café de Pombo. José Solana, 1920. (Sala 201.03).

En la calle Carretas de Madrid, muy cerca de la Puerta del Sol, se encontraba el Café de Pombo, conocido por albergar cada sábado, desde 1915, una de las tertulias literarias más populares de la ciudad. Esta reunión estaba dirigida por Ramón Gómez de la Serna y convocaba a algunos de los más ilustres escritores del momento. El pintor José Gutiérrez Solana también acudía a la reunión semanal desde que se mudó a Madrid en 1917. En ese momento, Solana buscaba desarrollar un estilo más personal, alejado del academicismo. Su estancia en la capital le permitió estudiar las obras del Prado, así como conocer a otros artistas y creadores del ambiente madrileño. Aunque fue muy bien valorado por sus colegas de profesión, los circuitos expositivos no recibieron bien sus obras. Había desarrollado un lenguaje pictórico con influencias del Barroco y de las pinturas negras de Goya que resultaba demasiado tenebroso para la crítica. Su particular estilo pictórico es muy reconocible en este lienzo, que se convirtió en la representación más popular del Café de Pombo. El artista retrata a sus miembros más insignes: Gómez de la Serna, que aparece en el centro de la escena, junto al propio Solana, Manuel Abril, Mauricio Bacarisse, Tomás Borrás, José Bergamín, José Cabrero, Pedro Emilio Coll y Salvador Bartolozzi

Pinturas de castas. Daniela Ortiz de Zevallos, 2019. (Sala 002.11).

La pintura de castas fue un género pictórico muy común en el siglo XVIII en los virreinatos de Perú y México. Se utilizaba para ilustrar las diferentes clases sociales y raciales en estos territorios coloniales. La casta más baja estaba compuesta por personas racializadas, consideradas de menor prestigio social, hasta la clase más alta, a la que pertenecían las personas blancas. La artista peruana Daniela Ortiz recupera este tipo de pinturas bajo una mirada crítica y decolonial, en la que utiliza el estilo e iconografías de las obras originales para plantear una nueva clasificación de la sociedad, en la que se exponen diferentes profesiones y posiciones políticas de personas blancas que resultan cruciales para las vidas de las personas migrantes racializadas que viven sistemas de violencia postcolonial: funcionarios blancos, juristas blancos o empresarios burgueses blancos son algunos de los personajes que la artista retrata en esta serie de dieciséis óleos

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