Teror, Gran Canaria
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Los 14 pueblos más bonitos de España

Ojito con esta lista, porque entre algunos muy famosos, hay otros de los que seguro no has oído hablar hasta ahora

Noelia Santos
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A veces nos olvidamos de lo que tenemos cerca y ponemos el objetivo en la larga distancia, cuando con a solo un viaje en tren o autobús podemos descubrir lugares increíbles. Para que facilitaros el trabajo a la hora de buscar, aquí va una selección de los pueblos más bonitos para redescubrir España. Desde la belleza de las villas marineras de Cudillero y Altea, a joyitas de interior excavadas en la roca, como Setenil de las Bodegas, en la ruta de los Pueblos Blancos, o incluso alzadas sobre ella como la burgalesa Frías. ¿Vamos?

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1. Setenil de las Bodegas (Cádiz)

Es curioso que un pueblo del que ya se tenía conocimiento en el paleolítico, fuera elegido como el mejor destino desconocido de Europa por European Best Destination. Es Setenil de las Bodegas, una villa que también forma parte de la ruta de los Pueblos Blancos de la serranía de Cádiz y que, además, es miembro de la red de pueblos más bonitos de España. Por todo ello, ha sido imposible dejarlo fuera de esta lista. Y porque el entramado de sus calles, repleto de casas-cueva donde las rocas forman parte natural de paredes y techo, debe estar en la lista de lugares a visitar. Está situado en un cañón erosionado del río Guadalporcún y, para que nadie se pierda este espectáculo rural, sus calles más conocidas son, precisamente, la calle Cuevas del Sol (un pasadizo natural bajo la roca, morada de bares y tabernas típicas, que hace las veces de paseo marítimo de interior a orillas del río) y calle Cuevas de Sombra (lo mismo, pero mucho más apetecible en verano, cuando el sol no consigue atravesar la roca, pero sí la brisa que sopla calle arriba y abajo). Lo dicho, un imprescindible en cualquier ruta por el sur de España.

2. Fornalutx (Mallorca)

Porque las playas masificadas y aglomeradas de turistas insaciables no es todo lo que pueden ofrecer las islas Baleares, merece la pena adentrarse hacia el interior. En el corazón de la sierra de la Tramuntana, en un paraje rústico y rodeado de naranjos y limoneros, se encuentra Fornalutx, un pueblito con mucho encanto, tallado en piedra y adornado con buganvillas de colores a los pies del macizo más alto de la sierra (Puig Major), muy cerca del conocidísimo y turístico pueblo de Sóller. Pero lo de Fornalutx es otro rollo, mucho más cercano y auténtico. Calles empinadas y empedradas que fluyen alrededor de la iglesia del siglo XIII, centro neurálgico de la población y punto de partida para conocer de cerca este pueblo mallorquín, el primero de la isla en incluirse en la lista de los más bonitos de España. Pista: si lo que buscáis es un rincón para instagramear un rato, lo encontraréis en las calles Eglesia, Sant Sebastiá o del Metge Mayol.

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3. Cudillero (Asturias)

Los pueblos costeros tienen algo que les hace especial y que les aupa, casi sin querer, en el podio de cualquier lista que hagamos de los pueblos más bonitos. Y, cómo no, eso le pasa también a Cudillero, con sus casas arracimadas en la ladera de su puerto pesquero, justo en la salida hacia el mar, que lo convierten en una de las postales más bonitas del litoral asturiano. Uno de los mejores lugares para contemplarlo es desde la plaza principal, pero no el único, porque Cudillero está repleto de miradores desde los que contemplar el pueblo. Y para que nadie se pierda, citaremos dos: el mirador de la Atalaya y el mirador del Pico. Y como siempre habrá ganas de más, merece la pena echar el último vistazo desde su faro, una joyita arquitectónica en pie desde el siglo XIX y al que se llega caminando desde el centro de esta villa marinera. 

4. Guadalupe (Cáceres)

La llanura extremeña dibuja en el sureste de la provincia de Cáceres un paisaje montañoso con cientos de millones de años (rico patrimonio geológico auspiciado por la Unesco). Y desde el risco de La Villuerca, el punto más alto del Geoparque de Villuercas Ibores Jara, se aprecia la mejor vista panorámica de Guadalupe y su monasterio, uno de los conjuntos medievales más bonitos de España. Más allá de su protagonismo en el mapa de destinos religiosos y de peregrinación, la imponencia física de su monasterio (con elementos que van desde el mudéjar y el gótico, al renacimiento el barroco) y la historia que lo rodea (hasta aquí vino Cristóbal Colón para reunirse con los Reyes Católicos y conseguir la financiación de su barco antes de partir hacia las Indias), Guadalupe es el vivo ejemplo de los pueblos de interior de la comarca y sus tradiciones: la artesanía en cobre, los quesos y embutidos son sus tres máximos exponentes. Basta con pasear desde la plaza de Santa María de Guadalupe (justo enfrente del monasterio) con rumbo a la calle Sevilla para comprobarlo y, de paso, viajar en el tiempo mientras se camina bajo sus soportales repletos de tiestos y macetas incluso en pleno invierno.

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5. Bagergue (Lleida)

Imposible no incluir un rinconcito del Valle de Arán en una lista de pueblos más bonitos. Y puede que este sea (quién sabe si por poco tiempo) uno de los más desconocidos: Bagergue. Es el pueblo habitable más alto del valle y sus calles adoquinadas aguardan la estampa más auténtica de la arquitectura aranesa, con casas de fachadas y paredes en piedra, tejados de pizarra negra, y mucha madera en puertas y ventanas. Tanto es así, que su casco histórico forma parte del Patrimonio Arquitectónico de Cataluña. Y aquí, entre iglesias románicas, ermitas medievales y el museo de la nieve (Museo Eth Corrau, levantado por Felipe Moga, un mito del esquí español y ex entrenador de los reyes), una curiosidad para los más 'foodies': la quesería más alta de los Pirineos (Hormatges Tarrau), visitable y con degustaciones en cualquier época del año. 

6. Calaceite (Teruel)

La comarca del Matarraña, al este de la provincia de Teruel y muy cerca de la costa mediterránea, es uno de esos bellísimos secretos rurales de la península que ya estaba tardando en descubrirse. Y ese momento ha llegado. Tierra de pinturas rupestres, una naturaleza increíble salpicada de olivos, almendros y pinares que fluyen por entre lagos de un azul tan turquesa que parece traído de otras latitudes, y pueblos medievales con tanto encanto que hacen que a esta comarca se la conozca ya como 'la Toscana aragonesa'. De los casi veinte que la forman, Calaceite es, junto con Valderrobres, de visita obligada. Y su casco histórico, más: casas solariegas de piedra sillería, balcones de forja, capillas renacentistas y otras barrocas, restos de la muralla que rodeaba la localidad y hasta vestigios del poblado íbero que aquí se asentó allá por el siglo V a.C. Contar más, sería desvelar demasiado.

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7. Pampaneira (Granada)

La Alpujarra de Granada es sinónimo de escondite (si no, que se lo digan a los musulmanes: este fue el último lugar al que consiguieron penetrar de la península y el último en abandonar tras la rendición de Granada en 1492). Una ventaja proporcionada por su ubicación de alta montaña serpenteada por barrancos como el de Poqueira. Ahí, con poco más de 300 habitantes, se encuentra uno de los pueblos más bonitos (y merecedores de premios como el Nacional de Turismo, entre otros): Pampaneira. Una localidad de callejuelas típicamente bereber y una arquitectura propia alpujarreña: calles empinadas, casas encaladas, suelos empedrados y callejones con tinaos (casas o habitaciones en voladizo que conectan una fachada con otra). Pero hay algo que hace que este pueblo sea muy particular: su artesanía textil. De ahí esa estampa tan genuina salpicada de vivos colores que rompen el blanco de las paredes. Son sus jarapas artesanales tejidas siguiendo técnicas ancestrales y expuestas en las fachadas de comercios y talleres a modo de muestrario. Son pocos los talleres que quedan en pie, y solo por eso merecen una visita.

8. Bermeo (Bilbao-Vizcaya)

Si no habéis estado nunca en esta villa marinera, ubicada en la Reserva de la Biosfera de Urdaibai y, capital de Bilbao-Vizcaya hasta el siglo XVII, aprovechad primero para perdeos por las callejuelas de su casco antiguo (declarado bien de interés cultural), el mismo del que se enamoró Ernest Hemingway. Después, subid hasta San Juan de Gaztelugatxe, la célebre ermita que se alza en lo alto de un islote, inmortalizada en algunas escenas de 'Juego de Tronos' y que constituye, sin duda la joya de la corona en Bermeo. Y si el tiempo acompaña (algo inusual en el norte, dentro y fuera de temporada) y os apetece un poco de playa, id hasta la de Aritzatxu; pequeñita, sí, pero una es las más tranquilas.

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9. Peratallada (Girona)

Paredes de piedra y color ocre, suelos empedrados y buganvillas, plantas trepadoras y macetas florecidas, ventanas de madera... Peratallada es lo más cerca de estar en la Provenza francesa sin salir de la península. Y eso hace que este pueblo de Girona tenga un encanto de lo más especial, sin estridencias aunque con una afluencia turística constante, algo que favorece su ubicación estratégica, en el corazón del Empordá y a solo unos pocos kilómetros de las calitas de la Costa Brava. Todo en él es singular, pero sin duda sobresale su arquitectura (la villa está declarada conjunto histórico-artístico y bien cultural de interés nacional), una riqueza que le convierte en uno de los núcleos medievales más importantes de Cataluña. De hecho, aún conserva restos de su pasado fortificado, como la muralla, de donde viene el nombre del pueblo. ¿Por dónde empezar a descubrirla? Da igual, no hay rincón feo en Peratallada. 

10. Villajoyosa (Alicante)

No hay que viajar hasta Burano, en el norte de Italia, para disfrutar de un paisaje urbano repleto de fachadas de colores. No mientras en Villajoyosa, pueblo costero alicantino, se siga respetando esta antigua tradición marinera. Ellos, los marineros, son quienes las habitaban en el pasado y quienes iniciaron esta tradición de policromía saturada que ha llegado hasta nuestros días y que ofrece una de las vistas más fotogénicas de la localidad. Imperdible: pasar por su lonja, (una de las más importantes del Mediterráneo, dicho sea de paso), ir al Mercado Central y elegir un pescado para que te lo preparen al momento en la cantina. Y de postre, chocolate, que para eso estamos en la cuna de Valor, y otras tantas chocolaterías tradicionales. ¿Hay un plan mejor?

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11. Frías (Burgos)

Porque Cuenca no es la única 'ciudad colgada', y este pueblo burgalés lo confirma. Ponemos rumbo al norte de la provincia de Burgos para descubrir Frías, un pueblo que parece hacer equilibrios sobre una fortaleza natural conocida como 'La Muela', una roca inmensa sobre la que se asientan la mayoría de las casas del casco antiguo de Frías, y que es visible no solo desde fuera sino desde el interior. Y su singularidad no termina ahí: hay un pasadizo (casi) secreto que comunica una casa tras otra hasta llegar al castillo, en lo alto de 'La Muela', lo que permitía a los vecinos de otras épocas moverse por su interior sin exponerse a los peligros que aguardaban fuera. Pura ingeniería medieval. Hoy, lo que espera fuera es un paisaje natural salpicado de cortados rocosos y desfiladeros excavados por los ríos Ebro, Oca y Purón en el paisaje montañoso de Las Merindades. 

12. Teror (Gran Canaria)

Hablando de este pueblo de Gran Canaria seguro que no descubrimos nada nuevo a cristianos y devotos religiosos. Y es que Teror es desde finales del siglo XVI villa mariana, de ahí que su patrimonio religioso sea rico y variado, con una basílica, varios conventos... Aunque desde el punto de vista pagano, es el colorido de sus calles y el aspecto colonial de su arquitectura lo que más llama la atención, con balcones en voladizo tallados en madera y fachadas de vivos colores que hacen volar la mente hasta ciudades situadas al otro lado del Atlántico (¿alguien más está pensando en La Habana?). Teror es como un soplo de aire fresco para los sentidos, sobre todo el olfato (la tradición repostera y conventual de esta villa tiene muy buena fama) y la vista: rodeada de un increíble entorno natural y de espacios protegidos, como Caldera de Pino Santo, los barrancos de Madrelagua o la Finca Osorio, el más relevante de todos. En esta finca se conservan bosques de laurisilva, una especie milenaria prácticamente extinguida (excepto en Canarias) y que confiere a los bosques un cierto aura de paisaje encantado.

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13. Frigiliana (Málaga)

En plena ruta de los Pueblos Blancos, esta localidad malagueña de la Costa del Sol es, por derecho propio, uno de los más bonitos de España, incluso en invierno. Su entramado arquitectónico es tan auténtico que su casco histórico está considerado Conjunto Histórico Artístico, con sus paredes encaladas, sus calles estrechas y sinuosas, todas empedradas y la mayoría de ellas escalonadas. Es el encanto del ‘Barribarto’, el barrio más pintoresco de este municipio de la Axarquía conocido por la artesanía en esparto, la producción de aguacate y la miel de caña. Si queréis descubrir su sabor, deberíais preguntar por la arropía y probar sin dudar.

14. La Alberca (Salamanca)

Dicen que La Alberca embruja a quien se acerca para conocerla. Y no falta razón, pues caminar por las callejuelas de este pueblo salmantino escondido en el interior del Parque Natural de Las Batuecas - Sierra de Francia es como dejarse atrapar por otra época. Puede sonar a tópico, pero es cierto que el tiempo parece haberse detenido allá por el siglo XI. Y si no, ¿qué hacen ahí todavía esas fachadas de piedra y entramado de vigas vistas, balcones de madera y dinteles cincelados en los que todavía se puede leer la inscripción de sus originarios propietarios? Como si fuera un escenario de cartón piedra, solo que en este caso es real y en un estado impecable de conservación. No hará falta señalar que plaza Mayor es parada obligatoria, como también lo son las callejuelas Chorrito o Campito. Averiguar por qué, es cosa del viajero.

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