Es un barrio de oportunidades, que se autoabastece. Mantiene el pulso de los años 70 y tiene una cara de pillo que enseña durante todo el día. No es una pose, ni un discurso oficialista, sino la opinión de quien trabaja (y vive) en el Raval. “La gente no debe quedarse en casa, se tiene que ocupar la calle para hacer cosas interesantes, que son una herramienta para disuadir actividades ilícitas”, dice Sergi Coloma, propietario de la peluquería Pódame y presidente de Raval Verd, asociación partidaria de una dinámica de win-to-win con la ciudad. Coloma argumenta que el Raval vive “un momento irrepetible, como Cuba; algún día perderá la magia y debe quedar constancia”.
Freedonia, en la calle Lleialtat, es uno de los espacios de visita obligada. Desde septiembre organiza un mercado de segunda mano que se ha convertido en un punto de encuentro para los vecinos y las asociaciones del barrio. Sus principios recuerdan a los del Despacho Cultural La Virgen, asociación veterana del Raval Nord que ha conseguido reconvertir la calle de la Verge en un espacio de paso iluminado y activo a nivel cultural, sobre todo con su mercado mensual.
Cerca del Macba y del CCCB, los talleres viven con las puertas abiertas y las persianas subidas. Una muestra de ello es La Lleonera, un reducto lleno de antigüedades donde se organizan talleres de restauración y serigrafía. Nada que ver con la arteria de Joaquín Costa, donde está El Bigote del Sr. Smith, una antigua herboristería que se ha convertido en una galería abierta a las propuestas de nuevos artistas. El lugar y el barrio escogidos para desarrollar la aventura tiene pilas para rato.