El establecimiento lleva el nombre de “librería” pero el propietario dice que es “papelero”, o sea, aquél que hace o vende papel. Y la tienda Selvaggio es un 99% papel (antiguo) en forma de postales, dibujos, libros, cromos, fotografías, acciones, recortables, mapas, revistas, periódicos, grabados o barajas. Los juegos de cartas, precisamente, tienen mucho que ver con la tradición familiar, pero el señor Fernando Selvaggio es un hombre que habla poco, y no explica nada de sus antepasados, los Selvaggio. Debe pensar que es aburrido hablar siempre de lo mismo, pero la profesión de su abuelo sugiere todo lo contrario del aburrimiento porque era prestidigitador. Llegado de Italia, a caballo entre los siglos XIX y XX, Ruggiero Selvaggio se instala en Barcelona, donde actúa en teatros, circos y salas de variedades, en compañía de su hijo. Los periódicos de los años 20 los llamaban “pintores traperos” porque dibujaban retratos en un instante, como si fuera un juego de manos. También hacían música y explicaban las peripecias del payaso. Fernando parece haber heredado un punto de la fatalidad del clown de la cara blanca cuando habla de los cambios de gustos en el coleccionismo. Dice que no hay compradores nuevos y que “los clientes tipo Obiols, Ferrater, Perucho o Mario Cabré, han desaparecido”. La tienda de la calle Freneria tiene cerca de 40 años (antes estaba en la calle Llibreteria y en Sant Sever). Con el material envuelto en un fardo, Fernando Selvaggio había hecho la feria del libro antiguo en la plaza Urquinaona. Empezó como papelero en el mercado de Sant Antoni, en la parada de su padre. Ruggiero Selvaggio Mancini compaginaba el escenario con la reparación de juguetes y la construcción de autómatas que todavía actúan en el Tibidabo.
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