Es una esquina consagrada al calzado desde 1926: todo empezó con un limpiabotas, después llegaron las zapatillas y en 1996 los propietarios traspasaron el negocio a Paco Jiménez, quien había aprendido a reparar calzado en Cáritas y siguió especializándose en alpargatas (en un espacio reducido, él y su mujer acumulan cerca de 200 referencias). Hablan del oficio, de la palabra 'finissage' (acabado, en francés), que les encanta, y de la manera de vender un producto tan asequible y básico: sonríen, casi siempre, también a las abuelas que entran en la tienda solo para descansar cinco minutos.
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