Entre los créditos de Saul Bass y el primer chasquido de dedos que anuncia la coreografía de Jerome Robbins, una cámara sobrevuela un vibrante Nueva York que poco a poco se acerca a una cancha de básquet de un barrio “complicado” de la ciudad en los años cincuenta. Territorio de conflictos étnicos. El campo de batalla entre Jets y Sharks. Del mismo modo habría que observar la notable producción de West Side Story dirigida por Federico Barrios que ahora se ha instalado en el Teatre Tívoli.
Vista desde un plano panorámico, esta puesta en escena es por su calidad y su inversión técnica y artística, comparable a cualquier montaje internacional. Todo luce en escena: una espléndida escenografía, un cuidado diseño de luces, un colorido vestuario inspirado en los diseños de Irene Sharaff. La partitura suena bien, ajustada a la orquesta de 16 maestros que dirige Gaby Goldman y que compensa la pérdida de cuerpo sinfónico con un claro giro hacia lo jazzístico y una excelente integración en la dramaturgia de la obra. La coreografía de Robbins -adaptada por el propio Barrios- se ejecuta con gracia, sobre todo en los números de conjunto.
Aquí el eterno problema: cuando el objetivo se acerca al detalle, a la individualidad. Nuestro musical -se ponga el dinero que se ponga- no cuenta con estrellas que defiendan esos momentos en los que toda la responsabilidad recae sobre los solistas. Este 'West Side Story' lo tiene todo, excepto una Maria, una Anita o un Tony que detengan la función. Artistas esforzados -quizá destaca algo más Silvia Álvarez como Anita cuando abandona el cliché caribeño- que en ningún momento brillan y llenan sus personajes.
Libreto: Arthur Laurents. Música: Leonard Bernstein. Letras: Stephen Sondheim. Director de escena y adaptación de coreografía: Federico Barrios. Adaptación y traducción: Alejandro Serrano y David Serrano.