Las puertas dan mucho juego en el teatro. Hasta el punto de que existe una subespecie de comedia que basa todo su mecanismo en ello, en puertas que se abren y se cierran, con la sorpresa de quién está detrás. En 'Turisme rural', Jordi Galceran exprime el género con un añadido paranormal que hace que su pieza tenga más capas, aparte de confrontar a dos urbanitas que van al campo a contemplar un paisaje sin preocuparse de nada más y una familia local que odia profundamente a los de ciudad.
Pero no hay comedia sin cómicos. Y es necesario que sean muy buenos porque aquí no se trata solo de que nos tronchemos de risa, sino también de crear una cierta angustia, un cierto misterio, porque en el momento que Laura (Mireia Portas) y Roger (Ivan Labanda ) llegan al alojamiento rural para pasar un fin de semana romántico para 'encargar' un bebé, ya empiezan a pasar cosas extrañas. La dueña, Anna (Anna Güell), aparece por la puerta humeante del comedor descabellada, como si fuera una bruja de tres al cuarto, para dar paso a Pere (Lluís Villanueva), equipado con una sierra eléctrica estilo 'La matanza de Texas'.
Aquí no se trata solo de que nos tronchemos de risa, sino también de crear una cierta angustia
Habrá equívocos, marchas atrás y adelante, dudas, que si nos marchamos, que si nos quedamos. Pasan cosas extrañas en la casa. Y todo dará un salto espectacular cuando se presenta el hijo de los masoveros (Joel Cojal) y les dice que en la casa solo vive él. ¿Quiénes eran, pues, Pere y Anna? ¿Quién es él?
Mientras, las puertas se abren sin que podamos adelantar a quien saldrá. Y nos deleitamos con un Villanueva estratosférico, muy bien acompañado por una Güell de traca. Ambos nos llevan por dónde quieren mientras Labanda y Portas no salen mucho de sus papeles de pánfilos de ciudad a los que les cuesta entender qué pasa.
Nos deleitamos con un Villanueva estratosférico, muy bien acompañado por una Güell de traca
La obra anterior de Galceran, 'Fitzroy', era, en clave femenina, más o menos lo mismo de siempre. 'Turismo rural' es algo más, con un juego de palabras marca de la casa como clímax de la comedia, de pareados religiosos con rimas imposibles que podría firmar Josep Pedrals. Vuelve a tener a Sergi Belbel como director de confianza, el hombre que sabe entender como nadie los textos del autor barcelonés. Esta obra pide ir al milímetro y Belbel lo logra.
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