Fresco, imaginativo, bien atado y con un gran nivel interpretativo, este Solfatara que llega a la Beckett después de triunfar por otros lugares, como el festival de Birmingham, y tiene la virtud de un teatro directo, sorprendente, a pesar de que al final la temática sea tan convencional como la de una pareja que no tiene nada que decirse. O precisamente por eso, porque sacar jugo de una situación tan cultivada demuestra el poder de creatividad de esta joven compañía. Para nosotros, el gran hallazgo del espectáculo es el tercer personaje. Una especie de subconsciente, de alter ego que no se limita a ser la voz de lo que la pareja calla sino que va más allá: toma decisiones por sí mismo y los manipula como si fueran marionetas, no siempre con buenas maneras. En realidad, encapuchado como un terrorista, es algo más que una voz de la conciencia. Quiero decir que viene a ser la solfatara del título, aquella emanación sulfurosa que de vez en cuando sueltan los volcanes, y que queman, que pueden hacer daño.
Al final, las cosas no cambiarán mucho para esta pareja aburrida de principio a fin, pero como espectadores habremos asistido a un ingenioso juego teatral que pone en valor todos los recursos dramáticos que utiliza, desde el gesto hasta la palabra pasando por las acotaciones con pantalla. No sobra nada y todo tiene su función. Una sincera felicitación, pues, para Mónica Almirall, Albert Pérez Hidalgo y Miguel Segovia, intérpretes y creadores, y una recomendación imprescindible para todos los espectadores curiosos.