La hilarante comedia de Michael Frayn es una enciclopedia de cómo hacer reír. Lo hace desde lo aprendido de los clásicos y su genial invento de poder asistir a la trastienda de una compañía de teatro de tercera que recorre provincias con un tópico vodevil. Mirar sin disimulo como el desgaste de la convivencia humana –presionada por las penurias, dificultades y miserias individuales– degenera en un divertido pandemonio. Una obra que empieza como la típica comedia de cómo se levanta una producción con un grupo de artistas sin el menor talento, para luego evolucionar hacia el más alocado y físico screw ball y slapstick.
Desde que se estrenó por primera vez en Barcelona en 1985 al genio de Frayn hay que sumar el gag local del doble código idiomático: castellano por delante y catalán por detrás. Un guiño a nuestro contexto, como el humor colectivo del fracaso tan querido por Berlanga que también asoma por esta versión. Mucho más que la parodia de alta comedia de su original británico. Esta última producción, de nuevo dirigida por Paco Mir, comienza a dar señales de cierto desgaste, sobre todo en la primera parte, con un reparto que todavía no ha llegado a ese punto de gracia de simular que son un desastre de compañía. Además, parecen aún muy atentos a respetar las marcas de la compleja coreografía teatral, arrastrando el ritmo de la puesta en escena.
Pero llegados al último cuadro –con el caos ya desatado del todo– el artefacto cómico creado por Frayn se exhibe tan efectivo como siempre. Una fantástica juerga en la que finalmente todos parecen mucho más cómodos. Así, a pesar de un principio algo renqueante, la función acaba en alto, con el teatro seriamente entregado a la carcajada.
Autor: Michael Frayn. Dirección: Alexander Herold. Adaptación: Paco Mir. Con: Lloll Bertran, Agnès Busquests, Jordi Díaz, Carme Pla, Miquel Sitjar, Lluís Villanueva, Xavier Serrat, Laia Alsina y Bernat Cot.