'L'últim dia'
Foto: Grec Festival 'L'últim dia'
  • Teatro
  • Crítica de Time Out

Reseña

L'últim dia

4 de 5 estrellas

Alejandro Bordanove da vida a un chico de 25 años en el desolador 'L'últim dia' de Lluïsa Cunillé con dirección de Xavier Albertí

Andreu Gomila
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Time Out dice

El joven al que interpreta Alejandro Bordanove es un buen chico. Tiene 25 años, cada mañana va a casa del abuelo para ayudarle a levantarse y hacerle el desayuno, repara bicicletas en el taller de un amigo, escucha la letanía de la madre sobre la necesidad de labrarse un futuro y aguanta al hermano mayor. Es incluso demasiado buen chico.

Bordanove nos entrega el cuerpo. La letra es de Lluïsa Cunillé. Y la puesta en escena, de Xavier Albertí. Un trío extraordinario que hacen que este 'L'últim dia' derrame excelencia por todos los costados, con el añadido del andante sostenuto de la 'Sonata en si bemol' de Schubert, un fragmento musical que no está colocado porque sí, sino que añade contexto al mismo título de la pieza: fue la última composición del músico austríaco.

"Un retrato generacional cuidadoso y delicado de una generación a la que quizá le hemos quitado todo y le pedimos que salve el mundo"

Cunillé nos cuenta el último día de este extraordinario joven. Y lo hace de la misma forma con que construyó el celebrado 'Après moi, le déluge', con un monólogo en primera persona del protagonista que, al final, se desdobla en narrador. De principio a fin, Bordanove, cara triste y sonrisa caída, nos relata su cotidianidad. Lo miramos hipnotizados mientras va añadiendo pequeños gestos corporales que entenderemos una vez que la luz de la sala se apague.

Habla de un entorno sin fiestas, de un tiempo sin utopías ni futuros. Ya no es un chiquillo, pero tampoco es una persona a la que le puedan faltar oportunidades para lograrlo. Él no quiere decidir nada, pero parece que la vida le empuje a elegir. No desdeña el presente y tampoco quiere pensar demasiado en ello. Es, al fin y al cabo, un retrato generacional cuidadoso y delicado de una generación a la que quizá le hemos quitado todo y le pedimos que salve el mundo.

La dramaturga, en cierto sentido, actualiza clásicos como 'El mal de la juventud' de Bruckner, desguazando los mitos románticos, consciente de que hoy parecen imposibles. Su personaje no es ni un Holden Caulfield ni un Werther, sino simplemente un joven que solo pide vivir, sin grandes discursos ni reflexiones máximas. Y ni esto podrá hacer.

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Detalles

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22 €
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