Expectación máxima. El guionista de películas como 'Amo tu cama rica' (1992), 'Los peores años de nuestra vida' (1994) o 'La niña de tus ojos' (1998), el director de 'La buena vida' (1996) y 'Soldados de Salamina' (2003), presentadas ambas en el festival de Cannes, o de 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' (2013), ganadora de seis premios Goya, y la reciente 'Saben aquell' (2023), el avezado articulista de prensa y escritor con seis novelas en las estanterías, se viene al teatro, ha querido probar el fragor de las tablas.
Se supone que por eso, en el Centro Dramático Nacional le reservaron a David Trueba el mítico escenario del María Guerrero, el primer teatro de España [esta crítica es de su estreno en Madrid en abril de 2024]. Eso es debutar a lo grande. Pero también es exponerte a lo bestia. Porque tu pericia como guionista y director de cine no es garantía de dominio del arte teatral; siendo primos hermanos, cine y teatro son lenguajes muy diferentes. Esa carencia se nota, como no podía ser de otra forma (le pasó lo mismo a Manuel Martín Cuenca hace un par de años con 'Un hombre de paso'). Todo el armazón es débil, pero se sostiene, en parte por ese estilo tan característico del autor que imprime humanidad y melancolía a historias con trasfondo social miradas como desde fuera de campo.
Vito Sanz y Anna Alarcón defienden con garra sus personajes y los sobreponen a la ristra de clichés que hay sobre el papel
La cosa va de un reencuentro. Del reencuentro entre un hombre y una mujer, ya pasados los cuarenta, que fueron amigos y novios en la adolescencia, allá en el barrio. La obra no está ubicada concretamente en ningún sitio, pero se intuyen trazas de barrio humilde, obrero, de gran ciudad española, azotado por las plagas de la droga, el sida, el paro o la delincuencia juvenil en los 80. De hecho, la escenografía quiere ser un remedo entre onírico y simbólico de aquellos ambientes, un bar con barra metálica, cristaleras ajadas y opacas, cajas de plástico de mirindas, seven up y botellines de mahou, y una máquina de pinball. Él era el típico chaval tímido al que le gustaban el cine y los libros (¿el propio Trueba?) y ella era la guapa (así le decían) que se los llevaba de calle. Treinta años después, él es abogado y ella está metida en problemas. Y esa es la circunstancia que propicia el reencuentro.
Escénicamente, la obra está muy apoyada en el texto y deja un poco vendidos a los actores desde la dirección porque no hay mucha acción posible. Demasiado escenario para tan poco movimiento (¿por qué no podía estar esto en una de las salas pequeñas del CDN, donde ganaría mucho por la cercanía con el público?). Y, sin desvelar el final, señalar que una historia que habla del conflicto de clases y de la meritocracia, no deja en muy buena posición a la víctima de todo esto. Vito Sanz y Anna Alarcón defienden con garra sus personajes y los sobreponen a la ristra de clichés que hay sobre el papel. Ellos son los que merecen todos los aplausos. A David Trueba le harían falta, quizás, unos cuantos montajes de batalla para bregar con sus carencias teatrales.
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