La racha de Victoria Szpunberg es remarcable. En dos años, ha estrenado tres piezas memorables, la última de las cuales, 'L'imperatiu categòric, ha aterrizado en el Lliure con dos intérpretes, Àgata Roca y Xavi Sáez, que defienden con uñas y dientes un montaje complejo que parte de la experiencia de la autora a la hora de buscar piso en Barcelona, un drama, pero que sabe elevarse por encima de la situación y ofrecernos toques de comedia ácida, muy británica, que convierte la obra en una función deliciosa, de primerísimo nivel.
En 'El pes d'un cos' (TNC, 2022), Szpunberg ya se fijaba en una mujer madura y sola que debe hacer frente a la pérdida del padre. Añadía elementos metateatrales, música y otorgaba todo el protagonismo a una actriz, Laia Marull, que sabía cómo cargar con ello, una soledad sinfónica. Aquí, con padre ausente y recién separada, Roca encarna a una profesora de filosofía que tiene quince días para abandonar el piso donde lleva más de una década viviendo, comprado por un fondo buitre. Se acerca a la cincuentena y no tiene ni trabajo fijo. Los hombres, todos con la piel de Sáez, son unos cafres que se ríen de ella y quieren aprovecharse de su aparente debilidad.
Una función que conecta con nuestro tiempo como una bofetada después de una borrachera
La dificultad del montaje pasa por romper la cuarta pared y llevar a los personajes por distintos escenarios de los que la protagonista intenta salir lo mejor que puede. Perderá la cabeza, pero su invisibilidad es tal que ni cuando cometa un acto atroz le harán caso. Aquí es donde Szpunberg afila el ingenio y dobla la apuesta. ¿Inverosímil?
Cosas más extrañas hemos visto en las noticias: ya nada nos sorprende. Por eso la autora y directora juega con la verdad y, como en un cuento kafkiano, referente de su protagonista, hace pasar un vía crucis narcótico al espectador que queda embobado ante un Sáez que interpreta media docena de personajes y una Roca que va cayendo en el abismo a medida que se van sucediendo las escenas, cada vez un poco más abajo.
El aplomo de Roca y el fregolismo inédito de Sáez nos regalan una función que conecta con nuestro tiempo como una bofetada después de una borrachera. Es brillante.
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