Con Les bàrbares, Lucía Carballal pretendía colocar un micrófono oculto en medio de una conversación entre su madre y sus amigas para saber qué pensaban realmente del feminismo y de la vida que habían vivido. Y consiguió un retrato extraordinario sobre la generación de mujeres que se encuentran en los sesenta (y más allá) a través de tres personajes muy diferentes, unidos por la amistad y Bàrbara, una arquitecta de 40 años víctima del cáncer, sobrina de una de ellas y confidente de las otras.
Las tres, Carmen (Cristina Plazas), Susi (María Pujalte) y Encarna (Francesca Piñón), se encuentran en un hotel con decoración de otra época por petición expresa, última voluntad, de Bàrbara. En el escenario, las acompaña una cantante, Berta Gratacós, que entonará melodías de su juventud. La idea es que hablen sobre sus vidas, sobre las renuncias que han hecho y, sobre todo, que vuelvan a encontrarse. Son tres mujeres que tienen poco en común: una es arquitecta y no ha tenido hijos, otra es ama de casa rica con dos hijos y la última es una mujer trabajadora que ha tenido tres hijos. Tres universos y una sola coincidencia: son mujeres. Además, son (o fueron) muy amigas.
No hay muchas obras en las que las protagonistas sean tres mujeres de 60 años
La idea inicial apunta al drama y, si se inclina hacia la comedia, es gracias al saber hacer de tres actrices de primer nivel que saben jugar con la situación y las palabras. Que Pujalte hable en castellano y Plazas y Piñón en catalán no es un problema. Incluso dota de cierta comicidad las réplicas.
David Selvas ha optado por la sencillez compositiva en la dirección, siguiendo el guion al pie de la letra. Y otorgando el grado justo de teatralidad a una situación que se repite miles de veces al día sin salir de Barcelona: mujeres maduras que se encuentran para hablar de la vida. Aquí, en Les bàrbares, tenemos un juego que seguir, el planteado por la difunta, y los diferentes anzuelos que lanza Carballal para mantener viva la función.
No es una pieza aleccionadora, ni un homenaje, sino un espejo que permite al público habitual del teatro verse reflejado. Y no hay muchas obras en las que las protagonistas sean tres mujeres de 60 años, como si no tuvieran nada que decir, como si los conflictos íntimos o universales no fueran cosa suya. Y sí, también tienen voz. Lo mejor de todo es que saben escucharse. Tal vez no cambien de opinión, pero seguro que no empiezan ninguna guerra. Una brillante metáfora, por cierto, de cómo podría ser el mundo si las Susi, Encarna y Carmen que lo habitan pudieran tener voz.