Es improbable que Lluís Homar –con el sombrero colocado en el ángulo preferido de De Filippo– tenga esa imagen cuando empieza a medir el inmenso escenario de la Sala Gran del TNC y con ese primer gesto atrapa al espectador en una brillante reflexión sobre la “utilidad” del teatro. O quizá sobre la “necesidad” de un determinado teatro: el que es fiel a la realidad de su tiempo. El montaje que dirige y coprotagoniza es el compendio perfecto entre tesis y praxis. Defensa de una idea del teatro a través de una función impecable. Gran trabajo actoral –con Andreu Benito y Joan Carreras rompiendo sus respectivas zonas de confort– y una puesta en escena que acoge las imposibles dimensiones del escenario para jugar con la idea del espacio invisible de encuentro entre la ficción y el público.
Una gran comedia que se divide en una parte expositiva y dialéctica, y en otra en que el autor decide que la mejor defensa es la acción. El teatro se defiende con teatro, con unos ingeniosos episodios que son ellos mismos un irrefutable manifiesto.