'La vida es sueño' es un texto delicioso que no nos cansamos nunca de escuchar, siempre que esté bien dicho, claro. La propuesta de la Compañía Nacional de Teatro Clásico que dirige Helena Pimenta es, si me permiten el juego de palabras, muy clásica, quiero decir convencional, con una escenografía corpórea correcta y funcional y, por tanto, basada en la interpretación. Y ésta es irregular. De hecho, si no fuera por el sensacional Segismundo de Blanca Portillo la función, al menos la del estreno (ya se sabe que cada función es diferente) no levantaría cabeza.
Básicamente es una cuestión de energía. Parece que ella la tenga toda y el resto viva en la inanidad. La actriz hace su Segismundo y nos adentra en su drama personal cautivando tanto con la gestualidad como con la intención y claridad de las palabras. Su lamento por no saber qué ha hecho para estar encarcelado, su cara más bestia cuando "sueña". La duda entre el sueño y la realidad. Un placer. En consecuencia, la función desciende y pierde intensidad cuando ella no está. El Clarín de David Lorente tiene la gracia necesaria y Fernando Sansegundo compone un Clotaldo suficientemente creíble. Al Basilio de Joaquín Notario es correcto pero le falta personalidad, algo que lo haga diferente de otros Basilios. En cambio el Astolfo de Rafa Castejón es blando, rígido, y la Rosaura de Marta Poveda va de menos a más. De hecho, en la primera escena no se entendía muy bien nada de lo que decía. Especialmente molesto y dramáticamente inútil, el subrayado musical sobre algunos de los monólogos. Como si el texto no tuviera ya la música puesta en el verso.