Un vodevil con música es lo más parecido que existe a la opereta. La partida o còctel de gambes de Albert Mestres es lo más parecido a la opereta que ahora ocupa la cartelera barcelonesa. En su versión iconoclasta, libérrima, desenfada, anti-convencional. Una aparente comedia de enredos y carambola múltiple de infidelidades infiltrada por canciones tuneadas y un extraño triangulo metafísico cuyos vértices son Catalunya, Holanda y África. El centro de este conflicto está ocupado por un tipo –arquitecto sin obra– inmerso en una profunda crisis de pareja y de identidad. Un sujeto que irá perdiendo el norte, el trabajo, la compañera, las y los amantes –pasados, presentes y futuros–, los amigos y su autoestima, individual y colectiva.
Una comedia sobre el derrumbe de un castillo de naipes que usa los tópicos del vodevil para jugar a través del lenguaje con el consciente y el inconsciente. Aires de cabaret intelectual de los años treinta y su desinhibido uso de las palabras. Una sutil treta del autor y el director (Marc Chornet) para que el público se distraiga con las andanzas sexuales de los personajes mientras explosiona el cancionero popular catalán con letras que colocan de nuevo a los Pirineos como frontera de la civilización. Como si el protagonista quisiera ser holandés –les suena– y el Pepito Grillo cantarín le recordara constantemente que quizá esté más cerca de África.
Un acorde subversivo de la versión oficial que es lo más estimulante de este ameno espectáculo.