Cuando sales del TNC después de ver la portentosa adaptación que Carme Portaceli ha hecho de 'La madre de Frankenstein', te preguntas qué han hecho a lo largo del día sus dos protagonistas, Pablo Derqui y Blanca Portillo, porque, durante cuatro horas, encima del escenario de la Sala Gran, se desgastan físicamente como rara vez se ha visto. Sobre todo Portillo, que da vida a Doña Aurora Rodríguez Carballeira, una enferma mental paranoica, residente del sanatorio de Cienpozuelos (Madrid). Interpreta un personaje 'monstruoso' que pasa por muchas etapas y que vemos como en una película, pero en vivo y en directo. Con un simple gesto del cuerpo envejece veinte años, con el cambio en la modulación de la voz, rejuvenece diez. Es impresionante.
Portaceli ha llevado a escena la fiel y teatral versión que Anna Maria Ricart ha ejecutado de una de las novelas más famosas de Almudena Grandes. Todo ocurre entre Madrid y Cienpozuelos. Estamos a mediados de los años 50 del siglo XX. Y tenemos un psiquiatra hijo de represaliado por el franquismo, Germán Velázquez (Derqui), que regresa a España desde Suiza para poner en práctica un fármaco revolucionario que mitiga la esquizofrenia.
Mientras Portillo y Derqui dominan la escena, la función es hipnótica
En el sanatorio, el médico chocará con Doña Aurora (Portillo) y toda la negrura del régimen dictatorial de la época, que se colaba por todas partes. Revivirá la niñez y la represión política, sexual y afectiva imperante. Encontrará momentos de libertad, pero nunca lo suficientemente claros para poner un poco de color en la vida.
Mientras Portillo y Derqui dominan la escena, la función es hipnótica. Cuando se marchan, cosa que pasa poco, la pieza pierde consistencia, incluso ritmo. La Sala Gran impone y cuatro horas de metraje se pueden hacer muy largos. Pero siempre vuelven estos dos intérpretes portentosos para agarrar el montaje por los cuernos.
Portillo nos deja boquiabiertos cada cinco minutos en un papel que le sienta mucho más que aquella desafortunada Mrs. Dalloway hace unos años. Derqui nunca decepciona. Tiene un papel más amable, pero encarna a la perfección el idealista que no está dispuesto a que le arrebaten su país, porque, como dice, España también es suya, no solo de curas corruptos, robaniños, y de militares sedientos de sangre. ¿Han valido la pena las cuatro horas? Rotundamente, sí.
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